domingo, 13 de diciembre de 2015

Una visión marxista de la historia de Ceilán Capitulo III : La 1ra guerra mundial y los años posteriores



CAPITULO III: LA I GUERRA MUNDIAL Y LOS AÑOS POSTERIORES



Los años posteriores a la I Guerra Mundial trajeron muchos cambios al mundo y, en particular, a Asia, que había estado bajo la dominación imperialista extranjera durante los dos siglos anteriores o incluso antes. El eco de las salvas de la Gran Revolución de Octubre también se dejó sentir en muchos países del continente. Las llamas de la revolución prendieron en ese gran país que es China, cuna de una de las civilizaciones más antiguas del mundo, además del país más poblado de la Tierra. Indonesia se levantó en una revuelta frustrada contra la dominación holandesa. El movimiento por la “Purna Swaraj” o independencia total cobró impulso en la India. Ceilán se vio igualmente afectado. Hubo hombres y organizaciones que se alzaron en defensa de la causa del trabajo. Ponnamplam Arunachalarn, C. H. Z. Fernando y Martinus Perera crearon la Liga por el Bienestar de los Trabajadores en 1919. La Federación de Trabajadores de Ceilán se fundó en el año 1920. Sin embargo, su influencia fue limitada. Entre los pioneros del movimiento obrero de aquel tiempo, los más conocidos son A. E. Goonasinghe y Natesa Iyer. El primero defendió la causa de los trabajadores urbanos, mientras que el segundo hizo lo propio con los trabajadores de las plantaciones. Ambos colaboraron durante un tiempo. A. E. Goonasinghe, Victor Corea y otros formaron el Sindicato de Trabajadores de Ceilán en septiembre de 1922. La primera huelga general, en la que participaron 20.000 trabajadores cingaleses, tuvo lugar en 1923. Fue esta huelga la que catapultó a Goonasinghe como líder de los trabajadores.

A. E. Goonasinghe, antiguo maestro de escuela, imitando fielmente el modelo británico, fundó el Congreso Pancingalés de Sindicatos y su correspondiente Partido Laborista, en consonancia con el Congreso de Sindicatos Británicos y el Partido Laborista británico, a cuyas sesiones asistía vestido con sombrero de copa y frac. Se trataba del típico esclavo imitando a su amo a la perfección. A pesar del reformismo y de los límites burgueses de su movimiento –Goonasinghe terminó en el seno del Partido Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés] y siendo el mejor amigo de los empresarios–, en su día los británicos le llegaron a considerar ¡como un peligroso bolchevique!

Los excesos de la burocracia británica en Ceilán durante los disturbios de 1915 habían espoleado el movimiento de reformas, si bien éste se mantuvo, en todo momento, dentro de los estrictos límites del reformismo burgués. Este movimiento ni contó con el apoyo popular, ni alentó la participación de las masas, como en la India, donde los movimientos de desobediencia civil afianzaron el respaldo popular a la reivindicación de independencia. La razón de esta diferencia se encuentra en el hecho de que, al contrario que en la India, en Ceilán aún no había nacido una burguesía nacional que quisiera reemplazar al imperialismo.

En 1927, el gobierno británico encargó a la llamada Comisión Donoughmore de informar sobre las reformas necesarias en Ceilán. La importancia de la Constitución Donoughmore reside en que concedió el derecho al voto a los adultos cingaleses en un momento en que las mujeres de algunos de los países europeos avanzados, como Francia y Suiza, ni siquiera lo tenían. Además, con la excepción de A. E. Goonesinghe y su Partido Laborista, tampoco los cingaleses lo habían pedido.

¿Por qué concedieron los británicos el derecho al voto a los mayores de edad cingaleses en esta etapa, cuando Ceilán era aún una colonia británica? Sugerir motivos altruistas en los imperialistas británicos (laboristas o conservadores) es un supuesto que está por demostrar. Hay quien sostiene que la concesión del derecho al voto a los mayores de edad fue un paso progresista que allanó el camino de las reformas que siguieron. Ésta es, sin embargo, una afirmación dudosa.

La burguesía británica ya había usado las elecciones y el derecho al voto para minar el movimiento de la clase obrera británica y desviarlo del camino de la revolución, que parecía haber emprendido en los días del famoso movimiento cartista. Idéntica arma se utilizaba ahora en Ceilán para dividir y dificultar la unidad del creciente y potencialmente poderoso movimiento antimperialista, para embotar el espíritu de lucha de las masas, para difundir la ilusión de una posible transición pacífica de tipo parlamentario y, finalmente, para desviar la atención del pueblo del verdadero núcleo del poder, que eran las fuerzas armadas. Fue un intento de sustituir mediante palabras la lucha con las armas.

Cuando se vuelve la vista atrás sobre lo sucedido en estos últimos cuarenta años, desde que se concedió el derecho al voto a los mayores de edad en las elecciones en Ceilán, hay que reconocer que los británicos tuvieron más éxito del que podrían haber esperado. No es casual que fuera en el periodo Donoughmore cuando la política intercomunitaria empezó a mostrar su cara más siniestra. Incluso el “venerable caballero” Ponnambalam Ramanathan, que se había aventurado a cruzar las aguas infestadas de torpedos para interceder ante las autoridades británicas de Londres en favor de los líderes cingaleses encarcelados durante la ley marcial de 1915; que en dos ocasiones había derrotado, con el apoyo de los cingaleses, a Sir Marcus Fernando y S. W. Jayawardene en las elecciones al escaño de los cingaleses “educados” del Consejo Legislativo, que contaba con mayoría de votos nativos; incluso él, Ponnambalam Ramanathan, dimitía ahora del Congreso Nacional, que, junto a su hermano Arunachalam, había contribuido a fundar. Los dirigentes cingaleses y tamiles no pudieron ponerse de acuerdo sobre el modo de repartirse los despojos de poder que les concedían astutamente los imperialistas. El gobierno británico había arrojado la manzana de la discordia entre los dirigentes de Ceilán.

La disputa en concreto surgió cuando los dirigentes tamiles de Ceilán solicitaron un escaño tamil independiente en la provincia occidental. Los dirigentes cingaleses se opusieron a ello, alegando que se trataba de una petición de tipo comunitario. Ellos mismos, sin embargo, presentaron una solicitud de representación territorial que, según ellos, no era de ese tipo. En realidad, ambos enfoques lo eran en diferentes grados. Para la comunidad mayoritaria, la representación territorial se traducía en un mayor número de miembros de su raza elegidos. Para las minorías, la representación por comunidades nacionales producía el mismo resultado. Es imposible valorar las virtudes respectivas de uno u otro punto de vista. Lo único que se puede decir es que era de interés común, para la mayoría y la minoría, haber llegado a un acuerdo y haber presentado un frente unido contra su común enemigo y opresor. Ni siquiera estuvieron a la altura de esta idea tan elemental. Fue el imperialismo británico el que, por tanto, triunfó. Los habitantes de Ceilán se enfrentaban entre ellos por razones de casta, raza y religión, mientras el imperialimo extranjero los dominaba a todos. Al mismo tiempo, el control imperialista sobre la economía de Ceilán continuaba de una u otra forma, directa o indirectamente.

Pero la Constitución Donoughmore no fue aceptada sin protestas. Influido quizás por el movimiento nacionalista revolucionario que barría el subcontinente vecino, surgió un movimiento que criticaba la Constitución Donoughmore por distar en mucho de la auténtica libertad. Apareció así una organización llamada el Congreso de la Juventud que llamó al boicot de las elecciones previstas en la nueva constitución. Aunque también el sur había prometido su apoyo, el movimiento sólo tuvo éxito en la provincia norteña. Las elecciones para cubrir los cuatro escaños de la provincia del norte fueron boicoteadas y los tamiles de dicha zona no tuvieron representación, durante cuatro años, en el primer Consejo de Estado. Algunas opiniones han sugerido que el éxito del boicot organizado por el Congreso de la Juventud en las elecciones en el norte se debió al apoyo de los elementos más conservadores por una razón completamente diferente, a saber, el rechazo por parte de la Comisión Donoughmore de la solicitud de representación comunitaria a favor de los tamiles. Podría haber una parte de verdad en ello.

Por entonces, el Congreso de la Juventud era una organización progresista, antiimperialista y no identificada con una comunidad nacional determinada, si bien es cierto que contaba con apoyos sólo en una parte del país. Sin embargo, pronto se vio devorado por la política nacionalista emprendida en el norte por G. G. Ponnampalam y su Congreso Tamil Pancingalés. La aparición del nacionalismo en la política de Ceilán se debió, como ya se ha señalado, a la incapacidad de los dirigentes cingaleses y tamiles para ponerse de acuerdo entre ellos sobre cómo compartir la ficción de poder que los británicos estaban dispuestos a cederles. Apoyando a una parte o a la otra, según los casos, los británicos utilizaron hábilmente esta situación y consiguieron mantener a los habitantes de Ceilán divididos hasta el final.

La Constitución Donoughmore había previsto un Consejo de Estado y un sistema de comité ejecutivo, cuyos miembros tendrían más voz en materia legislativa, al tiempo que se eximía a sus ministros de trabas como la responsabilidad colectiva del gabinete. El cabeza del consejo de ministros no disfrutaba de los poderes casi autocráticos de un primer ministro con su consejo. En cualquier caso, la constitución se cuidó de salvaguardar los intereses británicos mediante la inclusión en dicho órgano de tres altos funcionarios no electos: el ministro de Finanzas, el de Justicia y el ministro principal, a quienes de inmediato E. W. Perera apodó como “los tres policías de paisano”. Eran inamovibles y responsables tan sólo ante el gobernador que los nombraba. Era inevitable que estallara el conflicto entre los altos funcionarios designados a dedo y los ministros electos.

Los británicos habían dejado bien claro que cualquier propuesta de nuevas reformas estaría condicionada a la unanimidad en el seno del consejo de ministros sobre tales reformas. Es decir, los británicos impusieron la unidad entre comunidades nacionales y con ello empeoraron la situación. D. S. Senanayake, el más astuto, así como el más reaccionario de los dirigentes burgueses cingaleses, trató de lograr la unanimidad no sobre la base de la unidad entre los líderes cingaleses y tamiles, sino mediante la creación de un consejo de ministros pancingalés. Irónicamente, el hombre que le ayudó a encontrar la fórmula que le permitió crear dicho consejo tras las elecciones, en 1936, al segundo Consejo de Estado, fue un tamil, profesor de matemáticas en la Universidad de Colombo, el polémico C. Suntheralingam, ¡por aquel entonces amigo y asesor de Senanayake!

La puesta en funcionamiento de un consejo de ministros pancingalés no hizo más que agudizar las diferencias entre comunidades. La formación del Congreso Tamil, dirigido por G. G. Ponnambalam y su estridente campaña por la representación paritaria o, como él la llamaba, por el cincuenta-cincuenta, tuvo su correspondiente en la formación en el sur de la Asamblea Cingalesa, encabezada por S. W. R. D. Bandaranayake.

El nacionalismo cingalés alimentó el nacionalismo tamil y viceversa. El pretexto esgrimido por Bandaranayake era que, antes de lograr la unidad de todas las razas, se debía lograr la de los cingaleses. R. G. Senanayake repitió este mismo argumento posteriormente. Pero la pregunta que habría habido que responder era: “Unidad, ¿para qué?” ¡Si se trataba de expulsar al conquistador extranjero, entonces era necesaria la unidad de todas las razas, no sólo de una! Si, por el contrario, la tal unidad estaba dirigida contra los tamiles, entonces la formación de la Asamblea Cingalesa estaba justificada. Si se trataba, no obstante, de esto último, entonces era una decisión de tipo nacionalista que perjudicaba al objetivo antiimperialista común. Esta tendencia a identificar a los cingaleses con Ceilán e ignorar los derechos legítimos de las minorías raciales y lingüísticas ha sido una debilidad común de todos los dirigentes políticos cingaleses burgueses. De hecho, los únicos partidos que no se identificaban con una comunidad nacional específica fueron los partidos de izquierdas. Sin embargo, hasta el Partido de la Sociedad Igualitaria de Ceilán [LSSP] y la camarilla revisionista de Keuneman terminaron por identificarse con una comunidad nacional u otra a partir de 1964 y, en especial, desde 1970. La posibilidad de que alguno de estos partidos –el UNP, el Partido de la Libertad de Sri Lanka [SLFP], el LSSP, el Frente Popular Unido, o la camarilla revisionista de Keuneman– obtenga un escaño en las zonas tamiles es tan remota como que un ciudadano de Ceilán vaya a poner un pie en la luna. No cabe la menor duda de que la dirección tomada por las políticas nacionalistas en Ceilán ha sido extremadamente negativa. Cada una de las facciones enfrentadas tenía más fe en el amo imperialista que en la otra. Era, una vez más, un ejemplo del éxito de la política imperialista del “divide y vencerás”. Es significativo que el Times of Ceylon, de capital británico, respaldara plenamente en aquel momento a G. G. Ponnampalam y su eslogan del cincuenta-cincuenta. En pocas palabras, esta reivindicación significaba que el electorado debía estar perfectamente encuadrado, de modo que en un consejo de 100 miembros, 50 fueran cingaleses y los 50 restantes se distribuyeran entre las minorías (25 para los tamiles de Ceilán, y los demás para el resto). La minoría tamil iba a resultar perdedora en este trágico conflicto. Después de haber realizado todo tipo de promesas a dicha minoría, al final –en el marco de las circunstancias cambiantes que se dieron al término de la II Guerra Mundial–, los imperialistas británicos decidieron entenderse con la mayoría cingalesa, dejando a los tamiles abandonados a su suerte. ¡Cuánto mejor les habría ido a los dirigentes tamiles si hubieran unido sus fuerzas con sus hermanos cingaleses en una reivindicación común contra el amo imperialista! Pero para eso debería haber habido un estadista de una talla que no existía ni entre los dirigentes burgueses ni entre los de las comunidades nacionales. Los nombres de G. G. Ponnampalam y de su más reciente discípulo, S. J. V. Chelvanayagam, pasarán a la historia como los de dos hombres que engañaron a los tamiles, condenándolos a la oscuridad política en que todavía están sumidos. Ello no exime de responsabilidad a los líderes de la comunidad cingalesa, pero, como minoría que tenía más que perder, los dirigentes tamiles deberían haber sido más responsables y previsores.

Entretanto, otro factor intercomunitario había entrado en escena. La crisis económica mundial de 1929-1931 también se dejó notar en Ceilán. Los precios del caucho cayeron a su nivel más bajo. Se perdieron muchas fortunas y, por primera vez, el desempleo entre los cingaleses se convirtió en un problema grave. Los parados cingaleses empezaron a mirar con envidia a los trabajadores indios de las plantaciones, que tenían garantizado el pleno empleo. A. E. Goonesinghe fue el primero en percatarse del enorme potencial que tenía esta situación. Fue él quien puso en marcha la oleada de protestas antiindias, que llegaron a alcanzar enormes proporciones, exigiendo la repatriación de los trabajadores de ese origen. Lo que más tarde se denominó el problema indo-cingalés acababa de estallar. El segundo Consejo de Estado debatió y aprobó una resolución en que se solicitaba la repatriación de una parte de los trabajadores indios empleados en Ceilán. Es interesante notar que los dos miembros del LSSP en el Consejo de Estado en ese momento, N. M. Perera y Philip Gunawardene, votaron a favor de dicha resolución, a pesar de que la posición oficial de su partido defendía que la clase obrera no tiene fronteras nacionales. La ideología antiindia se convirtió en un importante factor de la política de Ceilán que D. S. Senanayake, en la posguerra, supo convertir en la fusta con que azotar a los movimientos de izquierdas.

En vísperas de que el Congreso Nacional Indio decidiera formar un gobierno, en los albores de la II Guerra Mundial, Pandit Nehru viajó a Ceilán en 1940 para tratar de resolver los problemas entre ambos países. Pero no lo consiguió. Antes de marcharse, Nehru aconsejó a la comunidad india de Ceilán que se organizara en un Congreso Indo-cingalés, lo cual constituyó, sin duda, un consejo retrógrado y deplorable. Si los trabajadores de origen indio, engañados de ese modo, no hubieran creado organizaciones independientes del resto de su clase, aislándose así de la corriente principal del movimiento de izquierdas y progresista de Ceilán, no habrían caído en la trampa de Senanayake y de sus intentos de dividirlos y aislarlos de los trabajadores y campesinos cingaleses. En realidad, fue una tragedia cuya extensión y magnitud aún no se calibrado en su justa medida.

La importancia del problema indo-cingalés no surge del hecho de afectar a más de un millón de personas de origen indio, sino del hecho de que la inmensa mayoría de esas personas constituye el grueso de la clase obrera de Ceilán y, especialmente, de los trabajadores de la industria, responsable de la prosperidad del moderno Ceilán. Aunque el movimiento de izquierdas no lo hizo, D. S. Senanayake interpretó correctamente este problema como una cuestión de clase y no como una cuestión nacional. Entendió que estos trabajadores de las plantaciones de origen indio eran una fuerza potencialmente revolucionaria y, en consecuencia, sus enemigos.

Que Senanayake había comprendido correctamente la cuestión quedó confirmado cuando, en las elecciones parlamentarias de 1947, estos trabajadores, a través de su organización, el Congreso Indio de Ceilán, consiguieron siete escaños propios, que no sólo se oponían al UNP, sino que también contribuyeron a la victoria de un gran número de candidatos contrarios a dicho partido, en especial candidatos de izquierdas en otras circunscripciones. La suerte estaba echada cuando, en las elecciones parciales en Kandy, que se celebraron inmediatamente después de las generales de 1947, el voto de la minoría india provocó la derrota del candidato del UNP y la victoria del Sr. T. B. Illangaratne. D. S. Senanayake juró que esto no volvería a suceder jamás.

En 1948, D. S. Senanayake presentó la Ley de Ciudadanía, que establecía criterios extremadamente rigurosos para todas aquellas personas de origen indio y paquistaní que quisieran convertirse en ciudadanos de Ceilán. Dichos criterios se implantaron para que sólo unos pocos pudieran cumplirlos. Al mismo tiempo, se decretó que sólo los ciudadanos cingaleses tuvieran derecho al voto. De un solo golpe los trabajadores de origen indio perdieron su ciudadanía y el derecho al voto, quedando reducidos a la categoría de apátridas. Ya no eran ciudadanos ni de la India ni de Ceilán. El Congreso Indio de Ceilán fue incapaz de organizar protesta efectiva alguna más allá de actos simbólicos de resistencia pasiva. Para su eterna vergüenza, el movimiento de izquierdas permaneció de brazos cruzados. D. S. Senanayake había dado una victoria incruenta a la reacción.

Pero remontémonos un poco atrás en el tiempo. El periodo entre las dos grandes guerras vio la propagación de las ideas marxistas en Ceilán, traídas a la isla por estudiantes que habían cursado en universidades británicas y allí habían entrado en contacto con el marxismo, en pleno auge debido a la Revolución de Octubre en Rusia. Al calor de estas ideas, se inició el movimiento Suriya Mal en 1934, amplio conglomerado en el que confluyeron nacionalistas, antiimperialistas, socialistas y comunistas. La venta de amapolas el Día del Armisticio, el 11 de noviembre, era una actividad abiertamente proimperialista. Por lo tanto, los integrantes del movimiento Suriya Mal organizaron una campaña para contrarrestarla, vendiendo flores de suriya (Thespesia populnea) ese mismo día. Estas ventas se siguieron realizando año tras año hasta el principio de la II Guerra Mundial.

Mientras tanto, en el año 1935 se fundó el LSSP, el primer partido de izquierdas creado en Ceilán. La mayoría de sus dirigentes eran hombres que habían vuelto del extranjero después de su formación universitaria. Todos ellos defendían puntos de vista avanzados y radicales. Muchos no dudaban en afirmar abiertamente que habían abrazado el marxismo en el extranjero. Algunos de ellos eran trotskistas encubiertos. No parece haber duda alguna respecto al hecho de que existía un núcleo duro oculto de trotskistas en la dirección del LSSP, lo cual, probablemente, respondía a que no se habían formado en el seno de un auténtico partido comunista.

Sin embargo, en un principio, el LSSP trabajó en estrecha colaboración con los Partidos Comunistas de Gran Bretaña y de la India. Este último partido prestó a alguno de sus cuadros tamiles para desarrollar labores políticas entre los trabajadores de las plantaciones de esta etnia en Ceilán. El LSSP también dio su apoyo a la Unión Soviética y, durante los primeros años, los discursos de su primer presidente, el abogado Colvin R. de Silva, estaban llenos de admiración por la URSS. Durante ese tiempo, el LSSP realizó propaganda de masas en favor del socialismo y el antiimperialismo. Incluso dos de sus dirigentes, N. M. Perera y Philip Gunawardene, resultaron elegidos en el segundo Consejo de Estado. No obstante, su sectarismo se puso de manifiesto en su llamamiento, aún bajo el yugo británico, a la formación de un gobierno obrero y campesino, y en su condena de todo el trabajo sindical como reformista. De hecho, la mayoría de aquellos caballeros no eran en absoluto revolucionarios, como afirmaban, sino radicales pequeño burgueses. Sus consignas sectarias y ultraizquierdistas eran, en realidad, una reacción a la mentalidad servil y absolutamente proimperialista que exhibían los políticos burgueses del Ceilán de aquel tiempo, encabezados por D. B. Jayatileke y D. S. Senanayake. Llenaron el vacío provocado por la falta de un sector antiimperialista de la burguesía cingalesa. Ellos fueron los Nehru y los Bose de Ceilán. Estaban en sintonía con el ala izquierda del Congreso Nacional indio. Kamaladevi Chattopatoyaya, uno de los agitadores de la izquierda del Congreso Nacional indio, recorrió Ceilán invitado por el LSSP. Hasta el propio Nehru fue presentado por el LSSP en un mitin público celebrado en Galle Face, cuando estuvo en Ceilán en 1940. Hoy, retrospectivamente, una vez desenmascarado el LSSP, es fácil entender el papel de sus dirigentes. No eran revolucionarios marxistas. Eran radicales pequeño burgueses disfrazados de revolucionarios. Pero, al mismo tiempo, lograron engañar a mucha gente. La primera escisión en el LSSP ocurrió en 1939-1940, durante la guerra soviético-finlandesa. La histeria antisoviética desatada por los imperialistas y los reaccionarios en aquella época hizo que saliera a la luz la cara trotskista oculta de los dirigentes del LSSP. Fueron ellos quienes hicieron que se aprobara a toda prisa en el Comité Central una resolución de condena de la Tercera Internacional Comunista y de la Unión Soviética. Todos aquellos que se opusieron a esta decisión fueron expulsados del partido so diversos pretextos.

Es necesario señalar que esta escisión se basó en razones artificiosas y nada tuvo que ver con las políticas o tácticas del movimiento de izquierdas en Ceilán. A partir de ese momento, el LSSP anunció abiertamente su lealtad a la filosofía contrarrevolucionaria del trotskismo. También debe dejarse constancia aquí de que todos los grupos trotskistas que aparecieron en Ceilán terminaron en el campo contrarrevolucionario. El llamado padre del trotskismo en la isla, Philip Gunawardene, acabó su vida política en el seno del UNP. El principal grupo trotskista, encabezado por N. M. Perera, claudicó ante la burguesía nacional, traicionando abiertamente a la clase obrera y dando la espalda a todo lo que fuera revolucionario. Los dos diputados del grupo que se escindió del LSSP en 1964 –Samarakoddy y Merryl Fernando– votaron con el UNP en diciembre de 1964 para derrocar el gobierno de coalición, allanando así el camino para la vuelta del UNP en 1965. El actual representante autorizado de la Cuarta Internacional, Bala Tampoe, aceptó una beca de la Fundación Asia, financiada por la embajada norteamericana, para visitar los EEUU, mientras su mujer hacía lo propio con una beca de la Fundación Ebert de Alemania Occidental.

Los comunistas expulsados se constituyeron, en un primer momento, en el Partido Socialista Unido que, en 1943, pasó a denominarse Partido Comunista de Ceilán. Aunque diferían por su origen de clase de los dirigentes del LSSP, que eran en su mayoría ricos de la clase media alta, los dirigentes del PC no eran, sin embargo, más revolucionarios. Sus líderes principales habían llegado al marxismo a través del Partido Comunista de Gran Bretaña, al que se habían unido durante sus días universitarios en Inglaterra. Y el Partido Comunista de Gran Bretaña era ya revisionista incluso antes de Kruschev. El resultado fue que estos comunistas trajeron a Ceilán las políticas y estilos de trabajo revisionistas que antes habían aprendido de los “camaradas” británicos.

El PC reaccionó ante el trotskismo sectario de izquierdas del LSSP adoptando posiciones reformistas de derechas que les pusieron en muchas ocasiones en situaciones ridículas. En poco tiempo, no obstante, tanto el LSSP como el PC habían degenerado en apéndices parlamentarios del SLFP. Es cierto que, cuando el LSSP concurrió por vez primera a las elecciones al Consejo de Estado, proclamó su intención de utilizar el Consejo como plataforma para difundir sus políticas. Estas buenas intenciones, sin embargo, quedaron relegadas al olvido como consecuencia de la corrupción engendrada por décadas de política parlamentaria burguesa llevada a cabo por los dirigentes de ambos partidos. En 1956, la victoria electoral aplastante del Sr. Bandaranayake puso fin al potencial revolucionario que aún pudiese quedar. La transformación de ambos partidos en dos fuerzas parlamentarias completamente mansas era absoluta, llegando al punto de depravación política de respaldar y hacer suyas las consignas nacionalistas (por ejemplo, la línea “masala vadai” de 1965 del ala derechista del SLFP). Es más, en un intento de engañar tanto a dios como al diablo, los dirigentes de estos partidos comenzaron a participar en ceremonias religiosas, mostrándose encantados de hacerse fotos mientras ofrecían flores a las estatuas de Buda.

No es intención de esta obra entrar en los detalles de las distintas escisiones, así como de los giros y bandazos políticos que se produjeron en el seno de dichos partidos, cuestión que merece atención aparte. Pero sí es importante señalar aquí que, en 1964, los elementos revolucionarios que había en el PC se reconstituyeron como Partido Comunista de Ceilán, basado en el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tse-Tung, mientras que la camarilla revisionista de Keuneman se unió al LSSP, culminación de su sometimiento al SLFP, y esos tres partidos formaron el Frente Unido.

La II Guerra Mundial, a diferencia de la Primera, tuvo consecuencias mucho más directas para Ceilán. En primer lugar, con la entrada de Japón en guerra, Ceilán se convirtió de lleno en teatro de operaciones bélicas. A pesar de que tuvo la suerte de no sufrir más que un solo ataque aéreo japonés, en Kandy se instaló el Cuartel General del Comando del Asia Suroriental de Mountbatten. El acantonamiento de tropas de la Commonwealth en Ceilán y el enorme gasto militar imperial debido al esfuerzo bélico dirigido desde la isla, produjeron una prosperidad artificial. El desempleo desapareció. La mayoría de la gente encontró un trabajo, normalmente relacionado con la guerra. El té y el caucho se vendían a buenos precios, especialmente este último. Tanto es así que el caucho se explotó, hasta agotar su extracción, en interés de la guerra y por los beneficios inmediatos que producía. Pero no era Ceilán quien obtenía el valor real por el caucho que producía. Gran Bretaña compraba la mayor parte de la producción a un precio fijo que se abonaba en nuestras cuentas en Londres contra futuros pagos. Era lo que luego se conoció como los saldos en libras esterlinas, que D. S. Senanayake agotó estúpidamente en importaciones de productos alimenticios.

El Consejo de Ministros cooperó lealmente con el gobierno británico. El LSSP y el Partido Socialista Unido (predecesor del PC) fueron prohibidos y sus dirigentes detenidos o procesados en 1941. Los líderes del LSSP se fugaron de la cárcel en 1942 y huyeron a la India, presuntamente para dirigir la revolución allí. En la India disolvieron el LSSP y con algunos elementos trotskistas indios fundaron el Partido Bolchevique Leninista de la India, Birmania y Ceilán, nombre sumamente ambicioso, sin duda, pero que ponía de manifiesto su divorcio de la realidad. También resultaron detenidos en la India y, de inmediato, devueltos a Ceilán, donde quedaron en libertad una vez acabada la guerra. En la isla resucitaron el LSSP bajo la dirección de Philip Gunawardene y N. M. Perera, mientras que el Partido Bolchevique Leninista siguió funcionando bajo la dirección de Colvin R. de Silva y Leslie Gunawardene. En 1951 ambas organizaciones se unieron, pero Philip Gunawardene volvió a romper la baraja para crear el Partido Revolucionario de la Sociedad Igualitaria de Ceilán [VLSSP]. Mientras tanto, los comunistas utilizaron la favorable situación creada por la entrada de la Unión Soviética en la guerra y sus éxitos contra la Alemania de Hitler para presentarse como Partido Comunista en 1943.

En los años de la guerra se asistió también al surgimiento de un poderoso movimiento sindical en Ceilán. Ello se debió, por un lado, a la favorable situación en que se encontraban los trabajadores como resultado de la escasez de mano de obra experimentada durante aquellos años y, por otro, a la labor de dirección que ejercieron los partidos de izquierdas. El papel de líder sindical que ostentaba A. E. Goonesinghe fue puesto en entredicho de manera eficaz hasta conseguir que se le expulsase y desenmascarase como el colaborador de clase de la peor calaña que fue.

Los comunistas organizaron la Federación Sindical de Ceilán [CTUF] en 1940. Fue la principal fuerza entre los trabajadores urbanos durante los años de la guerra. A su vez, los dirigentes del LSSP, tras ser liberados, se hicieron cargo de la Federación del Trabajo de Ceilán, que desarrollaron como central sindical opuesta a la CTUF, dando así la espalda a la teoría original del LSSP sobre el papel de los sindicatos.

En las plantaciones, el Gobierno de Madrás, a instancias de Nehru tras su fallido intento de resolver el problema indo-cingalés en 1939-1940, prohibió todo tipo de emigración de mano de obra india a Ceilán, lo cual estimuló la organización de los trabajadores de las plantaciones en sindicatos, puesto que los latifundistas ya no podían ni repatriar a los trabajadores conflictivos a la India, ni traer de aquel país mano de obra fresca a su voluntad, como habían hecho antaño. La Federación de Trabajadores Indios de Natesa Iyer y el Sindicato de Trabajadores del Congreso Indo-cingalés fueron los principales sindicatos contendientes. Este último, que más tarde se convirtió en el Congreso de los Trabajadores de Ceilán, ganó la partida, aunque también sufrió una escisión de la que surgió el Congreso de los Trabajadores Democráticos. Las divisiones se debían al choque de personalidades y no a diferencias políticas reconocibles. Los dirigentes de ambos grupos eran burgueses y carecían de soluciones a los problemas que afectaban a los trabajadores de las plantaciones, tanto desde el punto de vista de clase como del nacional.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Una visión marxista de la historia de Ceilán. Capítulo II : La llegada de los ingleses

CAPITULO II : LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS

“Hay en nuestra bahía de Colombo una raza de gentes de piel blanca y lindo aspecto. Van ataviados con jubones de hierro y tocados de hierro también; no paran quietos ni un minuto en un sitio; caminan de aquí para allá; comen trozos de piedra y beben sangre; dan dos o tres piezas de oro y plata por un pescado o una lima; la estampida de su cañón es más fuerte que el trueno cuando restalla en la roca Yughandara. Sus balas de cañón vuelan muchas gauvas[1] y hacen añicos las fortalezas de granito”. 

Así rezaba el informe enviado al rey de Kotte, Vira Parakrama Bahu VIII, cuando los portugueses llegaron a las afueras de Colombo el 15 de noviembre de 1505. Portugal fue uno de los primeros países europeos en tener una presencia importante en Asia gracias al descubrimiento de la ruta marítima hacia el Este. Llegaron en busca de especias y Ceilán era, en ese momento, la principal fuente de canela. Su superior poderío naval y el uso de la pólvora los hicieron irresistibles a los reyes que entonces gobernaban la isla. La clave de su éxito contra los ejércitos nativos se encuentra en la última frase del informe remitido al rey de Kotte y citado más arriba: “Sus balas de cañón vuelan muchas gauvas y hacen añicos las fortalezas de granito”. 

Pero, con todo, no fue sólo cosa de uno. Los portugueses se encontraron con una tenaz resistencia y no consiguieron nunca conquistar toda la isla. Aunque el entonces rey de Kotte no pudo oponerse a la petición de los portugueses de que se les concediera permiso para construir un fuerte en Colombo y a pesar de que un rey posterior de Kotte, Don Juan Dharmapala, tras su conversión al cristianismo, designó al rey de Portugal como heredero suyo en 1580, la resistencia de otros reyes y príncipes cingaleses continuó. De hecho, es en este periodo de la historia en el que se registran algunas de las guerras más cruentas de los cingaleses contra los conquistadores extranjeros procedentes de Europa. Las más famosas de estas gestas fueron las guerras de resistencia que riñeron Mayadunne y su hijo Rajasingha I contra los portugueses. La batalla más célebre, en la que Rajasingha derrotó a los portugueses de modo decisivo, tuvo lugar en Mulleriya, a 9 millas de Colombo, en 1559. Otra fue la famosa aniquilación del ejército portugués por Rajasingha II en 1638 en Gannoruwa, adonde se habían retirado los portugueses después de saquear Kandy. Según se cuenta, sólo 38 europeos escaparon con vida para contarlo. 

El final del dominio portugués no estaba lejos. Otra potencia europea, Holanda, había puesto ya sus ojos en Ceilán, cuya importancia estratégica para estas potencias marítimas era enorme, ya que se encontraba en el centro de las grandes rutas comerciales hacia el Este desde Europa. Además, en Trincomalee, Ceilán poseía el mejor puerto natural de todo Oriente, desde el que se podía controlar la bahía de Bengala y el Océano Índico. En 1802, después de que los británicos conquistaran la isla, Pitt el Joven la describió en el Parlamento como “la posesión colonial más valiosa en el orbe... que da a nuestro imperio indio una seguridad de la que no había disfrutado desde su primer establecimiento”. Trincomalee iba poseer esta importancia estratégica hasta la aparición de la fuerza aérea como arma más importante de nuestro tiempo. Además, como ya se ha señalado, el hecho de que Ceilán fuese uno de los principales proveedores de canela de buena calidad de todo el mundo fue en sí mismo un aliciente. En 1638 Rajasingha II de Kandy firmó un tratado con los holandeses. Les prometió ciertos derechos comerciales a cambio de ayuda para expulsar a los portugueses de Ceilán. El rey cingalés, sin duda, pensó que podría utilizar las contradicciones entre esos dos grandes rivales europeos en beneficio de su propio país, pero se equivocó. 

El superior poderío marítimo de los holandeses garantizó la derrota de los portugueses. El último reducto de éstos en Ceilán, Jaffna, cayó en 1658. Los holandeses, a la sordina, ocuparon el lugar de los portugueses, a pesar de todas las obligaciones que emanaban del acuerdo. El rey cingalés resultó engañado. 

El impacto de la dominación portuguesa de Ceilán fue importante, pero no duradero. Trajeron consigo una civilización totalmente nueva, una nueva religión –el catolicismo– y nuevos hábitos y costumbres, tal como fielmente describía el primer informe de su llegada. Fueron ellos quienes abrieron el camino a las relaciones y contactos con el más avanzado Occidente. Pero el siglo y medio que duró su dominación sobre la mayor parte del país, de la que se salvaron las zonas montañosas, fue terrible. Su gobierno se caracterizó por la más salvaje persecución religiosa, que incluía las conversiones forzosas y la destrucción de los lugares de culto de otras religiones, y por una explotación intensa e inmisericorde del país, desprovista de los refinamientos que los siguientes conquistadores, en especial los británicos, iban a introducir más tarde. Tras ellos dejaron la más reaccionaria de todas las religiones que a día de hoy se pueden encontrar en Ceilán: la Iglesia Católica. También de los portugueses heredó Ceilán algunos de los nombres más frecuentes de sus actuales habitantes, como Perera, Silva, Fernando, etc. 

La ocupación holandesa de Ceilán, que duró hasta 1796, careció comparativamente de incidentes. Su dominio se ejerció sólo sobre las provincias marítimas. Su principal preocupación fue la extracción de la mayor cantidad posible de canela de la isla. En aquel tiempo, la mayor parte de la canela crecía salvaje en los territorios reales, lo que implicaba que los holandeses debían estar en buenas relaciones con el rey de Kandy. Los holandeses se centraron en el comercio. Además de la canela, también establecieron un comercio de exportación de nuez de areca, elefantes, caracolas (Turbinella pyrum), etc. Asimismo, cabe señalar que, por entonces, el arroz para el consumo local se importaba de la India. También comenzó en esta época el cultivo de la pimienta y el café, así como, a gran escala, el del coco. 

Los holandeses introdujeron su propio sistema de derecho en Ceilán y codificaron el derecho consuetudinario del país tamil, el llamado Thesavalamai. A día de hoy, ambos siguen constituyendo el sistema jurídico cingalés. Éste fue su mayor legado a Ceilán. 

En varios aspectos, los holandeses anticiparon muchas de las cosas que los británicos iban a implantar. Fueron ellos quienes introdujeron los cultivos comerciales que los británicos convirtieron en sistema económico. También crearon el sistema escolar, sobre el que los británicos construyeron el suyo. Si los portugueses recurrieron a las conversiones por la fuerza, los holandeses utilizaron el método más sutil de los incentivos materiales. A los empleos gubernamentales sólo tenían acceso quienes estuvieran bautizados. Los holandeses también demostraron cómo se podía hacer de la religión y la educación armas eficaces de agresión cultural contra el pueblo de Ceilán. Los británicos perfeccionaron este sistema. La iglesia y la escuela se convirtieron en el centro de agresión cultural imperialista, al igual que las plantaciones lo fueron de la agresión económica. 

Los británicos reemplazaron a los holandeses en Ceilán en 1776. La derrota de los holandeses se debió principalmente al declive de su poderío naval en el Atlántico. Con la llegada de los británicos, que fueron los primeros y únicos europeos que conquistaron la totalidad de la isla, se inició un periodo en el que iban a producirse numerosos cambios radicales en la economía y las instituciones de Ceilán. 

Los primeros veinticinco años de dominio británico de la isla, periodo en el que gobernaron sólo las provincias marítimas que habían estado bajo control holandés, carecieron de acontecimientos especialmente destacados. De 1796 a 1802, Ceilán fue administrado por el gobierno de Madrás de la Compañía de las Indias Orientales. Fue en 1802 cuando se convirtió en una colonia de la Corona y comenzó a administrarse directamente desde Inglaterra. Durante el primer año de gobierno británico, la tentativa de modificar el sistema de recaudación de ingresos provocó graves disturbios. Como consecuencia de ello, se volvió al antiguo sistema, tal como existía en tiempos de los holandeses. 

El gobierno británico estaba demasiado preocupado en casa con las guerras napoleónicas en Europa como para prestar mucha atención a la conquista de la totalidad de Ceilán. Sin embargo, los gobernadores locales eran muy ambiciosos, y las rivalidades e intrigas prácticamente continuas de los notables de Kandy contra su rey espolearon dichas ambiciones. 

Coincidiendo prácticamente con la llegada a Ceilán del primer gobernador británico, Frederic North, nombrado directamente desde Inglaterra, se produjo el acceso al trono en 1797 del último rey de Kandy, Sri Vikrama Rajasingha. Su nombramiento como rey fue obra del gran Adigar, Pilimatalawa, quien se cree que también era su padre. Pero Rajasingha no resultó ser un instrumento tan dócil en manos de Pilimatalawa, por lo que el gran Adigar comenzó a intrigar con los británicos en contra del rey. 

La que se conoce como primera guerra de Kandy tuvo lugar en 1803, cuando el ejército británico marchó sobre dicha ciudad, cuyos habitantes la habían evacuado, e instaló en el trono al títere Muttu Swarny. No obstante, los británicos fueron incapaces de mantener Kandy en su poder. Bloqueados por las defectuosas comunicaciones y afectados gravemente por las enfermedades y el monzón, se vieron obligados a retirarse. Los habitantes de Kandy comenzaron a emplear tácticas de guerrilla y cortaron el paso al ejército británico el 24 de junio de 1803, pasándolo a cuchillo a orillas del río Mahaveli. Fue casi una réplica del desastre que sufrió Napoleón en su famosa marcha sobre Moscú. 

Aunque los habitantes de Kandy desbarataron este primer intento británico de subyugarlos, su suerte final iba a decidirse en el seno de sus propias filas. En 1811, a Pilimatalawa, que había pagado con su cabeza sus intrigas, le sucedió como gran Adigar Ehelepola. Pronto siguió los pasos de su predecesor y entabló negociaciones desleales con los británicos a través del funcionario inglés D’Oyly, que conocía bien el cingalés. Cuando el rey tuvo sospechas de la traición, Ehelepola trató de levantar al pueblo contra el rey en la región de Sabaragamuwa, pero fracasó. Acto seguido, el 23 de mayo de 1814, se pasó al bando británico y, con su activa contribución, éstos lanzaron la segunda guerra de Kandy, en la que dicho reino fue conquistado. 

Es decir, que la traición y las disensiones internas desempeñaron el papel principal en la caída del reino de Kandy en 1815. El 2 de marzo de ese mismo año, Brownrigg aceptó la capitulación de los notables de Kandy en la Sala de Audiencias del reino. Una semana más tarde se produjo la firma de la farsa llamada “Convención de Kandy”. Los hay que aún ponen todo su empeño en sostener que esta convención fue un acuerdo entre iguales por el que los notables de Kandy transmitían la lealtad de Rajasingha al rey británico Jorge III. Semejantes suposiciones no tienen ni pies ni cabeza. Fue un tratado dictado por los conquistadores e impuesto por la fuerza a los conquistados. 

No cabe duda de que el oportunista artículo V de la convención, que declaraba que “el budismo y las escrituras religiosas de los Devas eran inviolables y que la sangha, sus lugares de culto, santuarios y ceremonias quedaban protegidos”, era un intento de apaciguar los ánimos locales. Sin embargo, convertido en el blanco de los dardos de los misioneros cristianos, la rebelión de 1818 terminó por dar a los británicos la excusa para invalidar tal promesa. 

No fue nada sorprendente que el antiguo orden feudal de los reyes cingaleses se hundiera cuando hubo de hacer frente al superior poder económico y de fuego de los conquistadores británicos. El feudalismo opuso una débil resistencia, como en la primera y la segunda guerras de Kandy. La suerte, no obstante, estaba echada de antemano. La rebelión de 1817, conocida como el Levantamiento de Wellassa, encabezada por uno de los notables que había firmado la Convención de 1815, Keppetipola, fue la última llamarada de aquel fuego mortecino. La rebelión de Matale de 1848, asociada a los nombres de Gongalagoda Banda (Peliyagoda David) y Purang Appu, ambos cingaleses de las tierras bajas, fue, en comparación, poca cosa, ya que en su represión no perdió la vida ningún británico. Hoy en día, se pretende pintar a Keppetipola como un héroe nacional. Tal afirmación es difícil de sostener. Keppetipola no fue un héroe nacional en el sentido en que lo entenderíamos hoy. No luchó en nombre del pueblo cingalés contra los invasores extranjeros porque pensara que éstos habían privado al pueblo de su preciada independencia. La idea de que el pueblo pudiera tener algún tipo de derecho habría resultado extraña a los notables de Kandy. Cuando Keppetipola se rebeló, lo hizo contra la usurpación británica de los poderes tradicionales de los notables de Kandy. Keppetipola creyó que el rey británico o su representante se limitaría a ocupar el lugar de Sri Vikrama Rajasingha, en la confianza de que las demás circunstancias seguirían siendo las de siempre. 

En este aspecto, iban a llevarse una desagradable sorpresa, pues los británicos siempre tuvieron la intención de hacerse con el poder real. Sólo cuando fueron conscientes de ello, se rebeló una parte de los notables que luchó por la restauración del viejo orden feudal. La independencia del pueblo nunca entró en sus cálculos. Una vez sofocada la revuelta, la clase feudal de Kandy se resignó y sometió a la omnímoda dominación británica, a pesar de que aún se produjeron varios levantamientos más de poca importancia. Muy pronto se convirtieron en activos colaboradores de los conquistadores británicos y en opresores al alimón del pueblo. Fueron ellos quienes proporcionaron la base social que garantizó la dominación extranjera, papel que han desempeñado en todo momento a partir de entonces. 

Esta actitud pasiva y servil de los decadentes señores feudales de Kandy para con el imperialismo extranjero ha perdurado hasta los tiempos modernos. Cuando Bandaranayake lanzó su cruzada contra el Partido Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés] en 1951, no tuvo el apoyo de ninguno de estos notables, ni por parte de su padre, ni por la de su esposa. Por eso nunca confió en ellos y los mantuvo apartados cuando formó su gobierno en 1956. Si algunos de ellos, más tarde, se subieron al carro de Bandaranayake (después de 1959), fue porque se sintieron seguros de la continuidad del status quo. 

En un principio, los británicos gobernaron Kandy como una provincia aparte, pero más tarde se fusionó en una única administración con el resto de la isla. Una de las primeras tareas de los británicos después de la conquista de Kandy fue unirla con Colombo, Trincomalee y Kurunegala por medio de sendas militares, con lo que la capital de las colinas –Kandy– perdió la preponderancia de que había disfrutado gracias a las dificultades de acceso por la falta de buenos caminos. Éstos se construyeron a base de trabajo obligatorio –“rajakariya” o trabajo al servicio del rey–. Ceilán se había vuelto a unificar, esta vez al dictado de una potencia extranjera de Europa. 

Con la unificación de la isla bajo el dominio británico, comenzó un nuevo capítulo de la historia de Ceilán. Se produjo la introducción de un sistema económico colonial basado en las plantaciones que condiciona hasta nuestros días el destino económico del país. Para entender la naturaleza fundamental del cambio que tuvo lugar, es esencial trazar, siquiera esbozándolos, los rasgos de la economía que prevaleció en el Ceilán gobernado por los reyes cingaleses durante casi dos mil años. 

El sistema económico dominante en Ceilán antes de que la conquista europea acabara con él, se puede describir como una economía natural feudal. Era una economía autosuficiente en la que el dinero desempeñaba poco o ningún papel. Las gentes producían todo lo que necesitaban e intercambiaban sus excedentes por bienes de los que carecían. El comercio con el mundo exterior existía en productos como las gemas, las perlas o las especias, que habían dado fama a Ceilán desde antaño. 

Una notabilísima descripción de este tipo de economía natural, tal como existía en el reino de Kandy, aparece en el famoso libro sobre Ceilán de Robert Knox. Knox estuvo preso en el reino de Kandy durante más de 19 años, entre 1660 y 1679, y escribió su libro tras huir de la isla. 

He aquí un extracto de dicho libro: “Cualquier forma de dinero es aquí muy escasa y con frecuencia compran y venden mediante el intercambio de mercancías. Entre ellos se produce un pequeño tráfico comercial debido a la naturaleza de la isla, ya que lo que se da en una parte del país, no crece en la otra. No obstante, tanto en una parte como en la otra de estas tierras tienen lo suficiente para sustentarse, creo, sin la ayuda de productos traídos de cualquier otro país, intercambiando unas mercancías por otras y llevando lo que tienen a otras partes para abastecerse de lo que necesitan.” 

Se trata de una perfecta descripción, hecha por un testigo ocular, de lo que es una economía natural bajo el feudalismo. No cabe duda de que, por sí solo, Ceilán habría evolucionado hacia el capitalismo en su momento. Pero tal cosa no llegó a producirse. En lugar de eso, la invasión imperialista extranjera redujo a añicos la economía feudal atrasada y estancada que existía en la isla y estableció la nueva economía colonial basada en las plantaciones. Se trataba básicamente de una economía monetaria que no era, sin embargo, capitalismo en el estricto sentido de la palabra. El desarrollo de un capitalismo local no hubiera redundado en beneficio del imperialismo británico, que necesitaba un Ceilán productor de materias primas y un mercado para sus productos manufacturados. En ese sentido, el imperialismo británico desbarató, sistemáticamente, cualquier intento de desarrollo capitalista. Lo que sí permitió y fomentó fue una economía colonial que encauzara los enormes beneficios obtenidos de los recursos naturales de la isla al enriquecimiento de la metrópolis. 

Un resultado de la conquista extranjera fue el abandono definitivo y la ruina del vasto sistema de irrigación, orgullo de los reyes cingaleses y base de la prosperidad de la civilización de Ceilán en su momento de mayor apogeo. Los embalses no se volvieron a reparar, lo que los dañó irremediablemente, o bien fueron desecados para hacer las nuevas carreteras, algunas de las cuales se construyeron sobre los muros de contención de dichos embalses. Poco a poco, el bosque se los fue comiendo, situación que se prolongó hasta su recuperación en el siglo XX. A partir de la dominación holandesa se inició la importación del alimento de primera necesidad de los cingaleses, el arroz. 

Como ya se ha señalado, los imperialistas británicos introdujeron la economía de plantación en Ceilán. El cultivo del café ya había comenzado con los holandeses, pero su desarrollo agrícola comercial empezó en época británica. Más tarde, el té ocupó el lugar del café debido a una plaga que acabó con éste. También la plantación extensiva de caucho se inició en este periodo. 

Estas plantaciones necesitaban grandes extensiones de tierra y una gran cantidad de mano de obra. ¿De dónde las obtuvieron los británicos? Como en todos los casos de acumulación primitiva de capital, en Ceilán también esta acumulación –en este caso en forma de tierra– se llevó a cabo mediante el saqueo a gran escala, efectuado por medio del Decreto de Baldíos[2] de 1897 y el Impuesto de Granos de 1878. 

Antes de que los británicos llegaran a Ceilán, los holandeses habían creado un sistema legal que se aplicaba en las provincias marítimas en las que gobernaban. Quienes poseían tierras disponían de una especie de título de propiedad que lo demostraba. No era éste el caso en Kandy. Allí, toda la tierra pertenecía teóricamente al rey. A través de sus nobles, el rey confiaba sus tierras a los campesinos. Esta ocupación era estable y sólo podía enajenarse si el campesino perdía la confianza del rey. En general, no obstante, la ocupación lo era a perpetuidad y pasaba de generación en generación. La cosa estaba clara, pero no había títulos de propiedad que lo demostraran. 

Por medio del Decreto de Baldíos, los británicos declararon la pertenencia a la Corona de todas las tierras cuya propiedad no pudiera demostrarse. Aun cuando algunos campesinos pudieron hacerlo respecto a los arrozales que cultivaban, no pudieron, sin embargo, demostrar la propiedad ni de los bosques comunales ni de los pastos del común en que pacían sus ganados, que constituían, asimismo, una parte considerable de la economía de las aldeas sin la cual el cultivo de los arrozales era imposible. Un gran número de campesinos se vio, pues, obligado a vender sus campos y emigrar. Dichas tierras y los bosques fueron declarados propiedad de la Corona y vendidos a plantadores británicos a precios increíblemente bajos, en ocasiones, al parecer, a menos de cincuenta centavos por acre. Posteriormente, se permitió también a los plantadores cingaleses comprar tierras de la Corona. Si aún quedaban campesinos propietarios de tierras, el Impuesto de Granos se ocupó de ellos. Dicho impuesto era singularmente inicuo pues gravaba en exclusiva al campesinado, eximiendo a los terratenientes, a las tierras de los templos, etc. Incapaz de hacer frente a esta onerosa gabela, un gran número de campesinos terminó por vender sus tierras y marcharse. Muchos de ellos, según parece, murieron de hambre. 

De manera semejante, los británicos expropiaron también las tierras de los templos por el Decreto nº 10 de 1856 de Registro de las Tierras de los Templos[3]. Los efectos de esta norma también afectaron a los campesinos, ya que tales tierras siempre se les habían concedido en usufructo. La declaración de ausencia de titularidad legal sobre las tierras, que efectuaban los miembros de la llamada Comisión de Tierras, nombrados para aplicar el mencionado decreto, significó la incautación por el gobierno de miles de acres de tierras de los templos. 

Es necesario señalar que en la expropiación de las tierras de los habitantes de Kandy, los británicos contaron con la ayuda de una parte de los notables feudales. En ese proceso, éstos apandaron grandes extensiones de tierra. De hecho, éste es el origen de todos los actuales grandes latifundios o nindagam. Y así, el gobernador Clifford pudo comentar cínicamente: “Fueron sus propios paisanos quienes, en su mayor parte, llevaron a cabo el trabajo especulativo de acaparar los títulos dudosos de los aldeanos.” 

De este modo los conquistadores británicos despojaron al campesinado de Kandy de sus tierras. Aunque dieran a la operación una ficticia apariencia de legalidad, lo cierto es que no fue más que un saqueo, lo cual conviene tener bien presente, porque los chovinistas actuales, cuando recuerdan que a los campesinos de Kandy les robaron sus tierras, tienden a olvidar quién se las robó. Es más, tienden incluso a poner al inocente trabajador de las plantaciones de origen indio –víctima él mismo de la explotación imperialista– en el lugar del auténtico culpable, el imperialista británico, propietario aún de la mayor parte de las tierras que robaron sus antepasados. 

La expulsión de los campesinos de Kandy de sus tierras es comparable a la de los campesinos ingleses por sus señores feudales en vísperas de la Revolución Industrial, provocada por la sustitución en el uso de la tierra del cultivo de trigo por el de la cría de ganado ovino. Pero, mientras que la gran mayoría de los campesinos ingleses puso rumbo a las ciudades recién creadas para trabajar en las fábricas que acababan de surgir, convirtiéndose así en el proletariado, no fue esa la suerte que deparó el destino a los campesinos desahuciados de Kandy. Los británicos no los emplearon a gran escala en las plantaciones que inauguraban, probablemente por dos razones: una era que, después de los levantamientos de 1818 y 1848, los británicos desconfiaban de los cingaleses. Y otra, que quizá prefirieran la mano de obra inmigrante, de la que disponían en abundancia y estaba presta a trabajar a lo largo todo el año. 

Es decir, a los campesinos expulsados de Kandy se les condenó a una muerte lenta, o, a lo sumo, a una existencia miserable. Que ello fue así, queda confirmado por el informe de 1935 de la Comisión de Tierras en el que se afirmaba que en Ceilán el campesinado estaba desapareciendo como clase. Para detener dicho proceso, la comisión recomendaba paralizar las enajenaciones de tierras de la Corona a manos de capitalistas privados o de grandes empresas y que, a partir de entonces, estas tierras se entregasen sólo a campesinos. Así fue como surgieron los planes de colonización de los años treinta. Fue ésta la política agraria que siguieron todos los gobiernos hasta 1965, año en que el gobierno del UNP dio marcha atrás y se reiniciaron las enajenaciones de tierras de la Corona a capitalistas particulares y empresas. 

¿De dónde sacaron los plantadores británicos la fuerza de trabajo? Recurrieron a la India meridional, cuya economía ya habían saqueado y donde había un gran número de desempleados. Con ayuda de capataces indios o kanganis, embaucaron con falsas promesas a trabajadores pobres a quienes luego esclavizaron en las plantaciones de Ceilán, obligándoles a roturarlas primero y a trabajar en ellas después. Cientos de ellos murieron a causa de los inhumanos métodos de transporte. Las condiciones higiénicas en que se vieron obligados a vivir debieron de ser tan terribles, que enfermedades como el cólera campaban a sus anchas. Las cosas debieron de ponerse bastante feas porque el gobierno de la India hubo de intervenir y el gobierno de Ceilán –ambos gobiernos eran británicos, aunque estaban separados– tuvo que dictar una serie de normas mínimas para regular la vivienda, la salud, la higiene y otros aspectos sobre las condiciones de vida de aquellos trabajadores inmigrantes. Se trata de mantener vivos incluso a quienes se explota de la manera más inmisericorde para poder seguir explotándolos. 

Así, aconteció que los imperialistas británicos, a mediados del siglo XIX, trasladaron a Ceilán a un gran número de trabajadores inmigrantes indios a quienes arrojaron en la región de Kandy, transmitiendo a la posteridad, de esa manera, un legado que continúa envenenando la política cingalesa hasta nuestros días. Debe quedar claro, por lo tanto, que fueron los imperialistas británicos los responsables de haber llevado mano de obra inmigrante india a Ceilán. Además, ya desde la época de las primeras instituciones representativas, como el Consejo de Estado, esta política de importación de mano de obra inmigrante india para las plantaciones recibió el apoyo de los políticos burgueses cingaleses. Cada año, el Consejo de Estado aprobaba fondos con que financiar esta inmigración. Todos los dirigentes burgueses, desde D. S. Senanayake hasta S. W. R. D. Bandaranayake, consintieron en ello. ¡Hay que recordárselos a los modernos héroes antiindios! 

Junto con los trabajadores indios llegaron los comerciantes, los prestamistas y toda una cáfila de parásitos que iban a explotar por igual a indios y cingaleses. Hay un refrán en África que dice que dondequiera que fuera el imperialismo británico, llevaba consigo un indio en el bolsillo, lo cual es totalmente cierto en el caso de Ceilán. La rapacidad y la explotación inhumana de los comerciantes y prestamistas indios se encuentran, en gran medida, en el origen de los sentimientos antiindios que, por desgracia, algunos políticos intrigantes supieron volver hábilmente contra los trabajadores de esa nacionalidad. 

Estos antecedentes de lo que ahora se llama el problema indo-cingalés, o el problema de la apatridia de varios cientos de miles de trabajadores de origen indio, deben tenerse muy presentes, si queremos contestar correctamente a la pregunta de ¿quiénes son nuestros enemigos y quiénes nuestros amigos? Ora la ignorancia más absoluta, ora la falta de una comprensión adecuada de estos antecedentes han permitido a los reaccionarios, tanto extranjeros como locales, dividir las filas revolucionarias en Ceilán gracias a una siniestra propaganda antiindia, así como escindir a los trabajadores de las plantaciones de origen indio –que, por cierto, constituyen un sector considerable de la clase obrera de Ceilán– del resto de la población cingalesa. 

Esta división ha costado muy cara al movimiento revolucionario. Por ello es imprescindible señalar que tanto los trabajadores de origen indio como los campesinos cingaleses son víctimas del mismo imperialismo británico y, por tanto, constituyen aliados naturales y no enemigos. Una solución duradera sólo puede proceder de un enfoque en esa dirección. 

Por lo tanto, como acabamos de ver, la economía de plantación introducida por los británicos se desarrolló sobre la base de la tierra (capital) robada a los campesinos de Kandy y la mano de obra de los trabajadores inmigrantes indios. Toda la economía del país se construyó alrededor del negocio del cultivo, tratamiento y exportación del té y el caucho. El resto estaba supeditado a dicho negocio. Éste ha sido siempre el modelo de explotación imperialista, ya que la casi total dependencia de la economía de uno o dos productos agrícolas destinados a la exportación, la hace extremadamente vulnerable a la presión imperialista. Los imperialistas son capaces de manipular la economía a su antojo. 

Así, se puede observar que todos los bancos extranjeros que se establecieron en Ceilán lo hicieron para financiar el sistema económico de las plantaciones con los beneficios previamente obtenido de la explotación imperialista de Asia. Los nombres de algunos de los bancos, como el del Hong Kong and Shanghai Bank Ltd., hasta parecen indicar el lugar de origen de sus beneficios. Las empresas de ingeniería, como Walker & Sons o Commercial Co., llegaron inicialmente en la isla para instalar y mantener en buen estado la maquinaria necesaria para la producción de té y caucho. Una vez en Ceilán, comenzaron a importar coches como actividad secundaria. Los talleres de ingeniería se crearon para el mantenimiento y reparación de esos coches. 

Si uno se fija en las carreteras o en las vías de ferrocarril, se dará cuenta de que las mejores son las que llevan a las plantaciones, es decir, a Kandy, Nuwareliya y Badulla, y el motivo es que por estas carreteras y vías se transportan las futuras exportaciones de té y caucho a Colombo. La razón por la que se concedió tanta ayuda extranjera a la expansión del puerto de Colombo fue que la producción de té en los últimos tres o cuatro decenios se ha multiplicado por más de dos y hay que embarcarla con destino al extranjero con toda prontitud. 

Las plantaciones de té y caucho, especialmente el té, produjeron enormes beneficios. Los colonos británicos hicieron enormes fortunas. El capital original invertido se duplicó varias veces en muchos casos. El té de Ceilán se hizo mundialmente famoso. De hecho, Ceilán y el té llegaron a ser tan sinónimos, que hubo una época en que a la isla se la llamó la plantación de té de Lipton. 

Sin embargo, el establecimiento de las plantaciones en la zona montañosa, donde el té crecía mejor, tuvo repercusiones terribles para Ceilán, distintas de la explotación de sus recursos en beneficio del conquistador extranjero. Uno de los actos de mayor barbarie perpetrados por los británicos fue talar los bosques que adornaban las cimas de nuestros montes, desbrozados para dar paso a las plantaciones de té. Como sabe cualquier biólogo, estos árboles desempeñan una función muy útil. Enfrían las nubes cargadas de agua y las transforman en lluvia. A su vez, las raíces de los árboles impiden que el agua de lluvia se precipite de inmediato ladera abajo. En lugar de ello, facilitan que se filtre a través del suelo y se incorpore a los acuíferos permanentes. 

La tala de árboles de los bosques implicaba que a partir de entonces las aguas pudieran arrollarlo todo a su paso. Más aún, como la tierra alrededor de los arbustos de té debía removerse y airearse continuamente para fertilizarla, el agua de lluvia lavaba el subsuelo blando, que es el parte más fértil del suelo, y lo precipitaba en los ríos. No hay ningún río en Ceilán que no corra marrón o fangoso. Es éste el problema que conocemos como “erosión del suelo”. Durante años, como consecuencia de este proceso, el lecho de los ríos comenzó a elevarse. Al reducirse la capacidad de su cauce, los ríos ya no podían contener el agua de lluvia de los grandes chubascos y empezaron a producirse inundaciones. Inundaciones en una estación y sequía en la otra: éste fue el resultado de la bárbara política británica de talar los bosques de las cimas de nuestros montes. Incluso cuando en los años treinta se sanearon los antiguos embalses destinados al riego, el agua que acumulaban ya no era tanta como antaño, porque mucha de la que procedía de la lluvia se perdía en riadas antes de llegar a ellos. De ese modo, los británicos crearon el principal obstáculo para que Ceilán fuese autosuficiente en la producción de alimentos. Hoy en día se estima que, con los medios de irrigación necesarios para el cultivo en ambas estaciones del año de todas las tierras en manos privadas, Ceilán podría alcanzar perfectamente la autosuficiencia alimentaria. 

Además de la intensa explotación económica del país, los británicos recurrieron también a diversas formas de agresión cultural contra el pueblo para consolidar su dominación política. A este respecto, los holandeses ya habían sentado los cimientos con la creación de escuelas y la promoción de las actividades de los misioneros. Los británicos se basaron en lo previamente realizado por los holandeses. 

Así pues, se dio inicio a los planes de europeización de los nativos por medio de la lengua inglesa –el conocimiento del inglés no sólo era importante, sino también rentable– y de la religión cristiana. Los británicos necesitaban también un ejército de empleados educados a la inglesa que sirvieran en los peldaños inferiores de la administración. Dichos hombres salieron de las nuevas escuelas que se crearon. En dichas escuelas, dirigidas, como en Inglaterra, por organizaciones misioneras, el cristianismo y el inglés iban de la mano. Muy pronto se fundó una academia para impartir educación superior a los “nativos”. 

Los ingleses siempre fueron muy perspicaces. Fueron probablemente la más sagaz de todas las potencias imperialistas. Junto con el uso de la fuerza bruta, que emplearon siempre que lo estimaron necesario, como en 1818, 1848 o 1915, también sabían dorar la píldora. Utilizaron la educación, en especial la educación superior en las universidades británicas, como instrumento de subversión cultural con el fin de producir una tribu de ingleses atezados que remedara al amo en su lengua, vestido y costumbres, y cuya única ambición fuera convertir Ceilán en un “pedacito de Inglaterra”. Según parece, cuando el gobernador Maitland dejó Ceilán en 1811, dos hijos del mudaliyar de Saram le acompañaron para estudiar en universidades inglesas. Había comenzado la peregrinación. 

Aquellos universitarios que volvían de Inglaterra influyeron en la política cingalesa durante un periodo de tiempo considerable, moldeándola con arreglo al modelo que habían conocido en dicho país. Su influencia persiste hasta nuestros días. En gran medida, se trató de una mera imitación servil y carente de imaginación de instituciones extrañas que era imposible que prosperaran en el ámbito local. Así, se dieron estampas tan grotescas como la de los jueces de la Corte Suprema con peluca, en un país como Ceilán que tiene un clima cálido y tropical; o el intento de trasplantar el sistema parlamentario inglés y la teoría de “un hombre, un voto” a una sociedad rígidamente dividida sobre la base de las categorías de casta y raza. 

Pero algo bueno tuvo también todo ello y es que gracias a este intercambio se produjo, en el periodo posterior a la I Guerra Mundial, la introducción en Ceilán de las semillas del marxismo revolucionario. La educación superior en inglés significó asimismo que los cingaleses, si bien en una reducida minoría, tuvieron acceso a partir de entonces al conocimiento moderno y, en especial, al aprendizaje científico. 

Era indefectible que frente a esta veneración por todo lo inglés se produjera una reacción que, cuando de hecho acaeció, adoptó la forma de movimiento por el renacer del budismo y la glorificación del pasado remoto de los cingaleses. Este movimiento, que era una pálida réplica del vigoroso renacimiento literario que había tenido lugar en la India (en particular en Bengala), estuvo encabezado por hombres como Migettuwatte Gunananda Thero, Anagarika Dharmapriya, Ananda Coomarasamy y Arumuga Navalar, quienes contaron con la colaboración de teósofos extranjeros como Oldcott y Annie Besant. Aunque no fue mucha la importancia de las actividades de estos hombres y mujeres, su obra tuvo un contenido progresista, ya que cualquier forma de oposición a la religión de los conquistadores había necesariamente de despertar sentimientos antiimperialistas y nacionalistas. 

En la medida en que los invasores extranjeros habían llevado a cabo su política de agresión cultural sirviéndose de la escuela y de la iglesia, los miembros del mencionado movimiento emplearon los mismos medios para el contraataque. Se crearon instituciones como la Sociedad Teosófica Budista y el Consejo Hindú de Educación, organizaciones que comenzaron a competir con los misioneros cristianos, al establecer escuelas budistas e hindúes donde se impartía una educación impregnada, inevitablemente, de un nacionalismo que sentó las bases del antiimperialismo. Por lo tanto, se podría decir que en el movimiento por el renacer del budismo y el hinduismo se manifestaron los primeros anhelos antiimperialistas del pueblo y el deseo de afirmar su orgullo nacional. 

A la vez, o junto con dichas organizaciones, surgió también el movimiento pro abstinencia alcohólica en Ceilán, un movimiento que, a los ojos de los colonialistas, tenía una orientación política antibritánica. El gobierno británico había estableció el monopolio del comercio del arak; a su vez, con el fin de aumentar sus ingresos, los británicos arrendaban el derecho de vender arak a todos aquellos que pusieran una taberna en cualquier aldea, por pequeña que fuese, del interior del país. La pretensión de los colonialistas parece que fue la misma que buscaban con la introducción por la fuerza del opio en China. En todo caso, algunos de los que hicieron fortunas con el arrendamiento del derecho de venta de arak terminaron dirigiendo el movimiento pro abstinencia alcohólica, después de haber reinvertido su capital en el negocio de las plantaciones. Algunos de estos hombres constituyeron la cabeza visible de la burguesía de Ceilán en el periodo posterior a la I Guerra Mundial. 

Al mismo tiempo que los británicos llevaban a cabo su política de agresión cultural, empleando para ello la escuela y la iglesia, andaban también ocupados introduciendo reformas en su política colonial, reformas cuyo objetivo era lograr la anuencia de los esclavos con su esclavitud. Los británicos conocían el arte de la explotación con refinamiento, a diferencia de los portugueses. Fueron ellos quienes comenzaron a incorporar a los cingaleses a la tarea de asistirles en su administración de la isla. ¡Se trataba de conservar el poder real en sus manos, ofreciendo a los “nativos”, poco a poco, una falsa ilusión de poder! Para ello, los británicos presentaban reformas de vez en cuando. Dicha práctica se inició con el establecimiento de un consejo legislativo y un consejo ejecutivo sobre la base de las recomendaciones de la Comisión Colebrooke-Cameron, cuyo informe se publicó en 1831-1832. En un primer momento, la inclusión de miembros no oficiales, más tarde, la introducción del principio de elección de los representantes, a continuación, la mayoría no oficial, y así hasta llegar al sufragio universal y al sistema de comité ejecutivo previsto en la Constitución Donoughmore… Éstos fueron algunos de los trampantojos de poder que los británicos concedieron a los cingaleses, mientras ellos se aferraban a las riendas de su supremacía, a saber, las fuerzas armadas, la administración pública y la hacienda, salvaguardadas por el poder de veto del gobernador británico. 

Los británicos no tuvieron dificultades para encontrar cingaleses capaces y dispuestos a jugar el juego de acuerdo con las reglas británicas. Hombres como E. W. Perera, James Pieris, Ponnampalam Ramanathan y Ponnampalam Arunachalam rogaron unas veces, exigieron otras, reformas y más reformas. Enviaron peticiones frecuentes, fueron en sucesivas delegaciones a Whitehall, fundaron asociaciones como la Liga Reformista y, finalmente, crearon el Congreso Nacional Cingalés para mantener vivo su movimiento. 

E.W. Perera
Todos eran hábiles reformistas burgueses que querían una situación mejor para los cingaleses dentro del marco existente. Jamás plantearon la cuestión de la independencia del imperialismo británico. En este sentido, sería un error considerarlos como hombres que lucharon por la libertad del país. Sus aspiraciones rara vez fueron más allá de lo que afirmaba E. W. Perera en 1907 en sus Impresiones del Ceilán del siglo XX: “Pueblo eminentemente leal, profundamente sensible a los beneficios de la dominación británica, los cingaleses aspiran a gozar plenamente de la ciudadanía británica. Una constitución más libre, obras para la prevención de las inundaciones, la abolición del impuesto de capitación, la colonización sistemática de las regiones donde se han recuperado los embalses con gentes procedentes de los superpoblados distritos occidental y meridional, la ampliación del voto a las personas educadas y una mayor participación de las gentes del país en los escalones superiores de la administración pública, son algunas de las reformas más esperadas, que con mayor urgencia se necesitan y que, por sí solas, coronarán el espléndido edificio administrativo que un siglo de hábil gobierno británico ha sabido erigir en Ceilán.” 
En contraste con el carácter revolucionario del movimiento por la independencia nacional que se desarrolló en el vecino continente indio, una particularidad del movimiento en Ceilán fue su naturaleza totalmente reformista y limitada al estrecho horizonte de las peticiones por escrito y el envío de delegaciones. Ni un solo dirigente burgués, de E. W. Perera a D. S. Senanayake y S. W. R. D. Bandaranayake, exigió nunca la independencia nacional. Fue el movimiento de izquierdas el que, por vez primera, clamó por la independencia nacional de Ceilán. 

La I Guerra Mundial tuvo muy poca repercusión en Ceilán, más allá del revuelo causado por la noticia de la llegada de la cañonera alemana Emden a las costas de Ceilán. El acontecimiento más importante de ese periodo de la historia de la isla fueron los trágicos disturbios raciales de 1915. La causa inmediata de tales disturbios fueron ciertos resentimientos religiosos entre los budistas y los llamados “moros de la costa” de la zona de Kandy-Gampola. 

El enfrentamiento surgió a raíz de la negativa de los moros a permitir que una procesión budista pasara por delante de su mezquita. Los budistas invocaron los derechos que presuntamente les otorgaba la Convención de Kandy. Paul E. Pieris, juez del distrito de Kandy, apoyó la alegación de los budistas. Pero su decisión fue revocada por la Corte Suprema, integrada por dos jueces ingleses. Así fue como se encendió la mecha. Los altos funcionarios británicos en Ceilán sospecharon de la participación de los recién aparecidos movimientos por el renacer del budismo y por la abstinencia alcohólica, que se habían ganado la mala fama de antigubernamentales. Se dejaron llevar por el pánico y recurrieron a las medidas más extremas. Los británicos decretaron la ley marcial en todo el país durante tres meses y utilizaron la fuerza bruta, en forma de soldados punjabíes, contra los cingaleses. El número de muertos nunca se ha llegado a saber. Muchas personas, asimismo, fueron condenadas a distintas penas de prisión. 

El gobernador fue destituido. Pero el sufrimiento de los cingaleses contribuyó a profundizar los sentimientos antiimperialistas del pueblo, así como su odio hacia los gobernantes extranjeros, lo que, a su vez, espoleó el movimiento por la reforma constitucional. De hecho, los beneficiarios inmediatos fueron algunos de los dirigentes encarcelados durante los disturbios. En menos de dos decenios, esos mismos dirigentes se convirtieron en los líderes políticos de Ceilán, ¡y, por supuesto, como leales servidores del mismo imperialismo que los habían enviado a la cárcel! 


*** 

[1] Antigua medida de longitud cingalesa. [Nota de los traductores]
[2] Waste Land Ordinance, en inglés. [N. de los t.]
[3] Temple Lands Registration Ordinance, en inglés. [N. de los t.]

Una versión marxista de la historia de Ceilán . Capítulo I : El Antiguo Ceilán


La Red de Blogs Comunistas hace un tiempo viene traduciendo con la colaboración de varios camaradas el libro Una visión marxista de la historia de Ceilán, de N. Shanmutathasan, pues lo consideramos de gran importancia para dar a conocer la historia de la lucha de clases en Sri Lanka y entender su situación en la actualidad.

El autor se lo dedicó a su nieto, “con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta”.

Así que el libro es también un repaso a los errores del movimiento comunista de aquel país, enmarcados en la historia y por los conflictos del movimiento comunista internacional y, por supuesto, en el contexto asiático y del desarrollo, fortalecimiento y extensión del Marxismo Leninismo y las aportaciones esenciales del camarada Mao Tse Tung.

El libro está editado por el Partido Comunista de Sri Lanka, cuyos camaradas fueron los que nos lo dieron a conocer y nos aconsejaron su traducción.

El Índice de la obra es el siguiente:

ÍNDICE

Capítulo I El antiguo Ceilán
Capítulo II La llegada de los europeos
Capítulo III La I Guerra Mundial y lo que siguió
Capítulo IV La emergencia del neocolonialismo
Capítulo V La era Bandaranaike
Capítulo VI Análisis de los acontecimientos de 1971 en Ceilán
Capítulo VII Conclusión


Publicaremos en esta entrada el Capitulo primero
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UNA VISIÓN MARXISTA DE LA HISTORIA DE CEILÁN


N. SHANMUGATHASAN (Escrito en prisión)
“La imparcialidad es o ignorancia de necios o ardid de bribones”
Esta segunda edición está dedicada a Satyan, mi nieto de un año, con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta (Diciembre de 1974)

CAPITULO I: EL ANTIGUO CEILÁN

Como se puede comprobar en cualquier libro de geografía o de historia, Ceilán es una isla, cuya forma se ha comparado con un mango o una perla, situada al Sur del punto más meridional del subcontinente indio. Tan sólo veinte millas separan a Ceilán de la India. De hecho, algunos historiadores de imaginación desbordante han comparado a Ceilán con una perla colgada del collar indio.

Desde antaño se ha puesto de relieve esta proximidad de Ceilán a la India, porque si algún factor geográfico ha influido en la historia y la política cingalesas más que cualquier otro, ése ha sido su cercanía a la India, de la que Ceilán ha heredado sus pueblos, sus lenguas, sus religiones, sus civilizaciones, sus conquistadores y también numerosas ideas políticas.

De la India llegó a Ceilán, en el siglo VI a. C. (alrededor del año 543), la figura en gran medida mítica de Vijaya acompañado de sus seguidores, fundando lo que se ha dado en llamar la raza cingalesa, lo cual no quiere decir que no hubiera vida estable asentada en Ceilán antes de ese periodo. Al menos así lo afirman los datos históricos.

El famoso viajero chino Fa Hien, que visitó Ceilán en el año 412 d. C., cuenta que Ceilán “carecía originariamente de habitantes y que sus únicos moradores eran demonios y dragones. Mercaderes de distintos países llegaron a Ceilán a comerciar. En sus tratos, los demonios no aparecían en persona, sino que se limitaban a dejar a la vista sus valiosas mercancías con el precio indicado. Los mercaderes compraban los productos según los importes marcados y se los llevaban. Como resultado de estas visitas, hombres de otros países, enterados de la afabilidad de las gentes, acudieron allí en tropel, formando así un gran reino.”

Este relato permite acaso conjeturar que los habitantes originarios de Ceilán debieron de ser menos civilizados que los indo-arios que invadieron más tarde el país. Pero, al menos, parece que lo eran lo bastante como para fijar los precios de las mercancías que intercambiaban con los comerciantes extranjeros, probablemente árabes.

De todo ello cabe deducir que Ceilán ha tenido una existencia civilizada durante más de 3.000 años y que los antepasados de los actuales habitantes de la isla llegaron de la India en el siglo VI a. C. Parece también probable que los pobladores originarios, de ascendencia indo-aria, provinieran del norte de la India (posiblemente tanto del este como del oeste) a diferencia de los de origen dravídico, que llegaron del sur de la India mucho después.

Según parece, los primeros reyes cingaleses mantuvieron relaciones con el Imperio romano desde el siglo I d. C. y con la corte china desde el siglo IV d. C.

Todo ello demuestra que somos herederos de una antigua civilización que mantuvo relaciones con las del antiguo Egipto, Roma y China. Pero tampoco debemos olvidar que, aunque esta civilización contó en su haber con logros notables –el más destacado de ellos, el maravilloso sistema de irrigación por medio de embalses gigantescos, construido por los primeros reyes cingaleses–, se basaba en la explotación feudal, bajo la cual padeció todo el pueblo. Todo ello debería llevarnos no a volver la vista a las antiguas glorias de nuestra civilización –pasatiempo favorito de los políticos burgueses para distraer la atención del pueblo de las tareas inmediatas–, sino a mirar hacia delante, a un futuro mucho más brillante basado en la abolición de toda forma de explotación.

Ceilán es una isla tropical, situada algo al norte del Ecuador. Su superficie es de 25.481 millas cuadradas. La distancia de norte a sur es de 270 millas, mientras que de este a oeste mide 40. La isla está dividida abruptamente en dos por una cordillera que ocupa la parte centro-meridional de Ceilán y que se eleva, en su punto más alto, hasta los 8.292 pies del pico Piduruthalagala. Como resultado del monzón del suroeste, que tiene lugar por lo general entre mayo y septiembre, y trae abundantes lluvias, las regiones central y suroccidental reciben las mayores precipitaciones, por lo que a menudo se las denomina como la zona húmeda de Ceilán. La cordillera constituye una especie de línea divisoria de las aguas. A la parte que se encuentra al noreste de la cadena montañosa la alimenta el monzón del noreste, que dura de octubre a abril. Las precipitaciones durante este monzón son menos intensas y a la zona afectada generalmente se la designa como la zona seca.

La zona seca ocupa la mayor parte de Ceilán e históricamente es la zona más importante porque fue la cuna de la civilización cingalesa. Aunque a día de hoy sigue estando menos densamente poblada que la zona húmeda, la zona seca es la parte de la isla donde floreció la temprana civilización de los cingaleses. Como ha señalado el doctor Paranavitana, “fue aquí donde los cingaleses se asentaron en los primeros tiempos y fue aquí donde, posteriormente, construyeron sus ciudades y monumentos religiosos”. También indica que “la productividad de esas zonas aumentó gracias a un complicado sistema de irrigación que alcanzó su mayor desarrollo en el siglo VII y fue restaurado por Parakrama Bahu I en la segunda mitad del siglo XII.”

El doctor Paranavitana ha señalado que “los indo-arios que llegaron a Ceilán y lo colonizaron conocían los rudimentos del cultivo del arroz y de las técnicas de irrigación. A partir de aquellos conocimientos básicos y elementales se desarrollaron más adelante las grandes obras de ingeniería del antiguo reino cingalés, a saber, la construcción progresiva de un colosal y complejo sistema interrelacionado de presas, canales y cisternas que transvasaba las aguas de ríos que corrían en diferentes direcciones. Ningún sistema semejante en magnitud o complejidad existía en la India contemporánea.”

Los reyes cuyos nombres están más íntimamente unidos al gran legado de nuestro pasado son Pandukabbaya, que puso en marcha la construcción de embalses, Mahasena (276-303 d. C.), llamado “el Constructor de Embalses”, durante cuyo reinado se dio un considerable empuje a la ciencia y la práctica de la ingeniería ligada a los sistemas de irrigación, fruto del cual fue la construcción de los primeros depósitos colosales (el más famoso de ellos, el embalse de Minneriya), y Parakrama Bahu el Grande, que llevó dicho sistema a su perfección. Merece la pena citar las famosas palabras de Parakrama Bahu I, que, según se dice, pronunció siendo gobernante de Mayarata, antes, pues, de que unificara Ceilán. Según parece, dijo: “En el reino sobre el que se extiende mi poder hay, además de muchas tierras donde crece la cosecha gracias, sobre todo, al agua de la lluvia, pocos campos que dependan de ríos con caudal continuo o de grandes depósitos de agua. A las muchas dificultades a que ha de hacer frente mi reino cooperan también las montañas, la espesa selva y las vastas tierras pantanosas.Ciertamente, en un país así, ni una sola gota de agua de lluvia debe llegar al océano sin que le haya sido de utilidad al hombre. Excepto en las minas, de donde se extraen piedras preciosas, oro, etc., en los demás sitios es menester hacerse cargo de la ordenación de los campos.”

Una vez convertido en soberano único de Lanka, se dice que mandó construir o restaurar 3.910 canales, 163 embalses de gran tamaño y 2.376 menores. Una proeza inigualable. El mayor proyecto fue, sin embargo, la construcción del llamado Mar de Parakrama, “formado al represar el río Kara (Amban) en Angamadilla y transvasar las aguas hacia el embalse por Angamadilla Ala. También recibía agua del lago Giritala por medio de un canal que conectaba otros dos embalses.”

Cabe señalar en este punto que este complejo y brillante sistema de irrigación, testimonio de la destreza de los antiguos cingaleses en materia de ingeniería, fue la base de todas las glorias de la antigua civilización de Ceilán, tanto en el periodo Anuradhapura como en el Polonnaruwa. La ruina de este sistema de irrigación –provocada por las invasiones extranjeras y las discordias internas a las que nos referiremos más adelante– marcó el inicio del declive de la antigua civilización cingalesa.

Aunque Ceilán puede dividirse, geográficamente, en una zona seca y otra húmeda, políticamente, en la antigüedad, estaba dividido en tres territorios: (l) Rajarata, que era, básicamente, toda la zona seca al oeste del río Mahaweli, el más largo de Ceilán, con capital en Anuradhapura; (2) Ruhunu-ratta, que es la zona situada al este de Mahaweli, más todas las regiones meridionales que comprenden los distritos de Batticolo, Monaragala, Hambantota, Matara y Galle, con Tissamaharama como capital; y (3) Malaya-dese, que aproximadamente corresponde al interior del país.

Nunca se ha llevado a cabo un estudio geológico de Ceilán en profundidad. No obstante, desde la antigüedad, Ceilán ha sido famoso por sus bancos de perlas de Mannar y por sus caracolas sagradas (Turbinella pyrum). Además de ello, siempre fue célebre su abundancia de piedras preciosas, en especial de rubíes y zafiros, que, según parece, como resultado de la acción erosiva del agua sobre las cumbres de las montañas, terminaron al alcance de la mano del hombre. Dichas montañas son de origen geológico muy antiguo y, según se dice, otrora fueron 10.000 pies más altas de lo que son hoy. Por esta razón, se llamó a Ceilán en otro tiempo Ratnadipa, la “isla de gemas”.

Parece que desde la antigüedad ha habido en Ceilán yacimientos de mineral de hierro. Otros minerales apreciados que se encuentran en la isla son el grafito (plombagina), la piedra caliza, la arcilla, la ilmenita y la monacita. Ceilán siempre fue famoso por sus especias. Estudios geológicos más recientes sugieren la existencia de petróleo en el noreste de Ceilán.

Desgraciadamente, las fuentes de la historia temprana de Ceilán son escasas. En su mayor parte, casi todo lo que conocemos de la primera historia de Ceilán procede de la Mahawamsa y de su continuación, la Culawamsa. La Mahawamsa es una crónica histórica que sólo a partir del siglo V d. C. fue puesta por escrito, durante el reinado de Dhatusena, por un sabio sacerdote budista, de nombre Mahanama, que era tío del propio rey. Todas sus fuentes estaban constituidas por documentos preservados por la comunidad monástica (sangha) de Mahavira. El relato histórico prosiguió bajo las mismas pautas durante el reinado de Parakrama Bahu, relato que posteriores eruditos fueron recopilando periódicamente hasta finales del siglo XVIII.

Aunque los cingaleses se sientan con frecuencia orgullosos de dicha antigua crónica histórica y a pesar de su innegable valor como fuente de la historia de Ceilán, su imparcialidad ofrece dudas. Tiene el inconveniente de haber sido escrita por un miembro de la sangha en una época en que ésta se había convertido en influyente consejo de los reyes. La tendencia natural era, pues, alabar a aquellos reyes que apoyaron a la sangha y hablar despectivamente de los que no.

Lo que sucede cuando un monje se convierte en historiador es que la religión y la historia terminan por confundirse. El resultado es que ese tipo de relatos, como el que afirma que Buda, antes de fallecer, había confiado la seguridad de Lanka a Sakra porque sabía que su doctrina se implantaría finalmente en dicha isla, y que Sakra, al recibir el mandato de Buda, invocó a Vishnu y le encomendó la protección de Ceilán, lo que ocurre, como decíamos, es que tales leyendas tienden a ser aceptadas como hechos reales e históricos. De la misma manera, algunos historiadores budistas consideran un hecho histórico que Buda visitó Ceilán tres veces durante su vida y que, en una de esas ocasiones, dejó la huella de su pie en el pico de Adán. El único historiador que ha demostrado la suficiente objetividad científica y el coraje de rebatir estos cuentos es el doctor Paranavitana, indicando que también en otros países budistas circulan leyendas similares.

Esta situación se agravó aún más como consecuencia de una escisión que se produjo en el seno de la propia sangha. En todo lo relativo a cuestiones doctrinales y disciplinarias, los sacerdotes budistas de Ceilán aceptaban la autoridad de Mahavira, considerada, desde un primer momento, como la iglesia budista establecida. La primera ruptura tuvo lugar durante el reinado de Vattagamani Abhaya (103-102 a. C. y 89-77 a. C.). La nueva secta recibió el nombre de Abhayagiri por el del maestro de quien adoptó su interpretación de la doctrina budista. Más tarde, otro grupo se escindió de la secta Abhayagiri, que fue el que tuvo su sede en el monasterio de Jetavan, construido por Mahasena.

A pesar de ciertas diferencias textuales e interpretativas, estas tres sectas pertenecían a la escuela Theravada, la más tradicional dentro del budismo. Cabe indicar, en cualquier caso, que antes de que comenzase la predicación del budismo en Ceilán, éste, tras la muerte de su fundador, ya se había dividido en dieciocho sectas distintas.

Sin embargo, para entonces, un nuevo movimiento iba ganando terreno entre los budistas de la India. El doctor S. Paranavitana explicó la nueva filosofía en los siguientes términos: “El ideal de los bhikkus de la escuela Theravada, así como de las sectas budistas más antiguas, era alcanzar el nirvana como discípulo o sravaka, lo que conducía a la salvación individual de éste. El maestro del nuevo movimiento proclamó que el ideal más noble para un budista debía ser, como para el propio Sidarta Gautama, convertirse en un Bodhistava, procurando la salvación de toda la humanidad; es decir, se trataba no de llegar a ser arhats en esta vida, sino budas en el futuro. A este ideal lo calificaron de vía superior, el Mahayana, mientras que a la vida consagrada a la propia salvación individual la estigmatizaron como vía inferior, el Hinayana.”

Es indudable que este cisma en la iglesia budista fue similar en algunos aspectos al que la reforma protestante provocó en el seno de la iglesia católica romana. Como en el caso de los protestantes, la escuela budista Mahayana era más liberal y, por tanto, progresista, lo que atrajo a sus filas a los filósofos más avanzados. En el caso de Ceilán, es importante destacar que la doctrina Mahayana contó con discípulos en el monasterio de Abhayagiri, siendo tenazmente combatida por la escuela de Mahavira, que se convirtió en el baluarte de la escuela tradicional del budismo Theravada.

De ese modo, la escuela de Mahavira difundió las enseñanzas de los budistas “meridionales” de Ceilán, Birmania, Siam y Camboya, en tanto que desde el monasterio de Abhayagiri se irradiaron las doctrinas “septentrionales” de Cachemira, Tíbet y China, aprendidas del indio Vaituliya.

La encendida pugna que, como consecuencia de las diferencias doctrinales, estalló entre los monasterios de Mahavira y Abhayagiri constituye el principal obstáculo para una correcta interpretación de la historia temprana de Ceilán. Y es que en el curso de aquel acalorado debate, que en ocasiones adoptó la forma de persecución sin cuartel de la secta oponente y que se inició en el reinado de Voharaka Tissa (215-237 d. C.), las crónicas conservadas en el monasterio de Abhayagiri resultaron quemadas y destruidas, de tal modo que la victoria de la escuela de Mahavira o tradicional fue completa y su versión de la historia de Ceilán es la que impera a día de hoy.

Sin duda alguna, la mayor influencia que conoció Ceilán en su historia temprana fue la introducción del budismo durante el reinado de Devanampiya Tissa (250-210 a. C.). No es propósito de este trabajo valorar la influencia del budismo sobre Ceilán o su historia. Pero no se puede soslayar el hecho de que si las enseñanzas de Buda sirvieron para que el gran emperador indio Asoka, en el siglo III a. C., se diese cuenta de la locura de la violencia tras la conquista de Kalinga, renunciase a ella y, a partir de entonces, consagrase sus energías a la difusión de la nueva fe no sólo en la India, sino también en los países de alrededor, nada parecido llegaron a sentir los conversos de última hora de Ceilán. De Duttugemunu a Parakrama Bahu, así como posteriormente, todos y cada uno de los reyes cingaleses recurrieron a la violencia en pos de su ambición de subir al trono. En casi todos los casos contaron con los parabienes de la sangha. Reyes como Parakrama Bahu emprendieron también invasiones extranjeras, contra la India o Birmania, ¡y también, sin duda, con todas las bendiciones de la sangha!

…Por tanto, ¿tenemos derecho a hablar de la influencia del budismo en Ceilán? ¿O de Ceilán como arca del budismo en su forma más pura?

El budismo en Ceilán tuvo, ciertamente, otros efectos. Más que la llegada de los primeros pobladores indo-arios, fue el advenimiento del budismo lo que llevó la cultura del continente indio a Ceilán: el arte de la escritura, la arquitectura, la escultura, la literatura, etc. El hecho de que la cultura india penetrara en nuestra isla con la llegada del budismo ha llevado a ciertos círculos a hablar de una civilización budista y ha impulsado la tendencia a identificar la civilización de los cingaleses con el budismo. Y así, hoy en día, se puede oír hablar a políticos chovinistas sobre “el país, la religión y la lengua”. ¿Es posible tal identidad? ¿Existe tal cosa, algo parecido a una civilización budista? Defender dicho supuesto equivale a negar que haya budistas que no sean cingaleses o a quienes haya influido el budismo. Por civilización debe entenderse el modo de vida de un pueblo y el conjunto de valores al que se ha ahormado en el curso de su existencia. Son muchas las influencias que dan forma a ese devenir. Por ello, hablar de civilización en términos de religión significa introducir un concepto divisorio que no augura nada bueno si de lo que se trata, como parece aceptar todo el mundo, es de desarrollar y fundir en una sola nación a pueblos multirraciales, plurirreligiosos y multilingües.

Tampoco hay, además, base para tal identificación. El budismo fue esencialmente una rebelión de la clase principesca o kshatriya contra la dominación social de la clase de los brahmanes. Buda pertenecía a la casta de los kshatriyas y dirigió esa revuelta. Es así como se explican los aspectos antibrahmánicos y ateos del budismo. Sin embargo, las enseñanzas de Buda quedaron sometidas a profundos cambios en poco tiempo, lo que motivó la aparición de dieciocho sectas diferentes incluso antes de que el budismo llegase a Ceilán. La causa fue, quizá, que el siglo VI. a. C. era una época aún muy temprana para una doctrina atea.

El hinduismo resistió en lo posible y, aunque derrotado al principio, consiguió reabsorber al budismo en su seno. Éste es el motivo de que el budismo desapareciera en la India. También en Ceilán se percibía la influencia del hinduismo, favorecido por la costumbre de los reyes cingaleses, descendientes del mítico Vijaya, de ir al sur de la India a buscar a su reina. Éstas, lo cual es perfectamente lógico, traían consigo a sus dioses hindúes, que terminaron por ser admitidos en el panteón budista. De este modo, la adoración de Vishnu se convirtió en una práctica aceptada por el budismo de Ceilán. Cuando se visitan las ruinas del palacio de Nissanka Malla en Polonnaruwa, se pueden ver los restos de dos templos frente al palacio. Uno era el templo budista en el que oraba el rey. El otro era un templo dedicado a Vishnu donde rezaba su reina india. Con el tiempo, Vishnu acabó siendo admitido en el primero de dichos templos. Hoy en día, prácticas tan absolutamente hindúes como la danza kavadi se han convertido en una práctica budista. Todos hemos oído decir que Sirimavo Bandaranaike(1) participa en la danza kavadi en el celebérrimo templo de Lunawa, que frecuenta la alta sociedad. ¡El espectáculo habría repugnado a Buda y debería repugnar a cualquier budista auténtico!

Así, no pocas influencias que creemos budistas están en realidad tomadas del hinduismo. En las cortes de la mayoría de los primeros reyes cingaleses, incluso durante el periodo Polonnaruwa, en que el budismo fue la religión oficial, los brahmanes ocupaban un lugar destacado como sacerdotes y desempeñaban gran variedad de funciones, como la unción del rey el día de su coronación, la determinación de las fechas de acontecimientos importantes, etc.

Sin embargo, hubo una influencia negativa del budismo que no podemos soslayar. Desde muy pronto en la historia de Ceilán, a partir de Vattagamani (103-102 a. C. y 89-77 a. C.), los reyes cingaleses introdujeron la práctica de donar tierras a los monasterios para que la sangha obtuviera ingresos, lo cual está en completa contradicción con los principios del budismo, pues los miembros de la sangha no debían tener ningún tipo de apego a los bienes materiales. Vattagamani pretendió con dicha práctica recompensar a los sacerdotes que le ayudaron mientras estuvo en el exilio. A su vez, otros reyes la continuaron para ganarse el favor de la sangha. Al concederle beneficios materiales, se produjo un aumento del número de sus miembros, quienes comenzaron a tener garantizada una buena vida, lo cual está en las antípodas de las enseñanzas de Buda. De ese modo, estos sacerdotes se convirtieron en parásitos sociales que no sólo no hacían ningún trabajo productivo, sino que recibían todo lo que necesitaban. El aumento de su número produjo inevitablemente un efecto adverso en la economía. De hecho, algunos estudiosos han aducido este factor como una de las razones explicativas del final del periodo Polonnaruwa.

La secta Mahayana no corrió esta misma suerte porque los sacerdotes de esta orden se dedicaban a trabajos manuales de carácter productivo.

Por lo tanto, lo más correcto sería hablar de una civilización cingalesa, resultado de la fusión de la cultura india con la cultura precingalesa de la isla, que recibió la influencia tanto del budismo como del hinduismo y, más tarde, del cristianismo, aunque la influencia budista sea la dominante.

La segunda influencia más relevante en la historia de Ceilán fueron las invasiones extranjeras a las que estuvo reiteradamente sometida isla, a saber: las procedentes del sur de la India, durante el primer periodo, y las invasiones europeas, al final. El hecho de que sólo una estrecha franja de agua, fácil de cruzar, separe a Ceilán de la India, convirtió en irresistible la tentación de someter también a Ceilán cada vez que un poderoso reino de la India meridional subyugaba a sus rivales en el continente. De igual manera, cada vez que hubo un reino cingalés fuerte y unido “se produjeron invasiones desde la isla e injerencia en la política continental”.

El periodo de la historia india en que Ceilán hubo de hacer frente a las mayores amenazas de invasión fue cuando los príncipes de las dinastías de Chera, Chola y Pandya estuvieron en el apogeo de su poder en el sur del continente. No obstante, las invasiones procedentes del sur de la India parecen haber sido una constante desde los albores de la historia de Ceilán. La historia del primer gran rey cingalés, Duttugemunu, es la historia de la liberación de Ceilán de la dominación tamil.

La siguiente amenaza grave de invasión de Ceilán se produjo a comienzos del siglo XI, cuando la dinastía Chola se encontraba en su época de mayor esplendor. En ese momento, el reino de Chola logró conquistar y ocupar Ceilán durante más de cincuenta años. Según parece, la lucha sin cuartel por la supremacía en el sur de la India prosiguió entre los reinos de Chera (Kerala), Chola y Pandya. El reino de Ceilán se convirtió en el cuarto beligerante por el poder en la región. Parece ser que, a su vez, el reino malayo de Srivijaya, una gran potencia marítima –como lo fue también el reino de Chola–, se sumó a esta carrera por el poder en los siglos XI y XII, convirtiéndose en un firme aliado de Ceilán.

Entre los mencionados reinos se desarrolló automáticamente una política de equilibrio de poderes. Al más poderoso le mantenía a raya la alianza de todos los demás. Era, en muchos aspectos, el mismo tipo de política que siguió Gran Bretaña en Europa durante la época napoleónica. Los reyes cingaleses participaron plenamente en esas guerras y en el juego de equilibrio de poderes. Como resultado, tropas de Ceilán tomaron parte en las guerras de conquista del sur de la India, apoyando a uno u otro de los rivales que aspiraban a la supremacía. Más de un príncipe de Pandya subió al trono gracias a la intervención de un ejército cingalés. Asimismo, en ocasiones fue Ceilán el objeto de invasiones y conquistas desde el sur de la India.

Es un error imaginar que dichas guerras, invasiones y conquistas lo eran entre naciones. En aquellos tiempos no había intereses nacionales en juego. El concepto de nacionalidad sólo surgió tras el desarrollo del capitalismo. Todos los príncipes involucrados en estas guerras eran príncipes feudales que, en su mayoría, pertenecían a la misma dinastía o estaban emparentados por matrimonio. En su mayor parte, eran tropas mercenarias las que libraban las guerras. Todos los estudiantes de historia de Ceilán recuerdan que el ejército con el que Mogollana derrotó a Kasyappa y le permitió acceder al trono de Lanka fue un ejército mercenario procedente de la India.

Estas guerras entre príncipes feudales del sur de la India y Ceilán guardan semejanza con las que tuvieron lugar entre la nobleza feudal de Francia e Inglaterra, como la Guerra de los Cien Años. No fueron guerras entre nación y nación o entre país y país. La atribución de sentimientos nacionales a lo que no eran sino guerras entre señores feudales no tiene otro propósito, en esta hora, más que alentar el chovinismo. Es llamativo que en la crónica Mahawansa no se pueda encontrar ni una sola palabra en contra de Elara o de su reinado. A pesar de ello, el hecho de que no fuera budista se utiliza para mover a la antipatía del pueblo en su contra, algo casi inimaginable en aquellos días.

Debe tenerse en cuenta que, bajo el feudalismo, un rey o un noble cingalés se sentían más próximos a un rey o a un noble tamil que a un cingalés siervo o campesino. Para ellos, la raza o la lengua eran cuestiones sin la menor importancia. Lo fundamental era el estatuto de cada cual en el seno de la sociedad feudal. Por ese motivo muchos de los reyes cingaleses se casaron con reinas del sur de la India. Tanto es así que a Parakrama Bahu, considerado el más grande de los reyes de Ceilán, apenas si se le puede llamar cingalés. Su padre fue un príncipe de Pandya. Sólo su madre era cingalesa, pero ni siquiera el padre de ésta era de Ceilán. La razón por la que Parakrama Bahu ascendió al trono fue que los cingaleses, en aquel tiempo, seguían la línea materna de sucesión. De igual manera, Bhuvaneka Bahu VI fue un príncipe tamil, el príncipe Sapumal, que conquistó Jaffna para Parakrama Bahu VI y contrajo matrimonio con la hija de este último.

Y fue éste también el motivo de que los últimos reyes de Ceilán procedieran del sur de la India. La causa no fue en este caso una invasión, sino una decisión adoptada por los notables de Kandy. El último rey de los cingaleses, Sri Wickrama Rajasinghe, erróneamente considerado tamil, era hijo de una princesa de Andhra y de Pilimatalawa, notable de Kandy. La lengua empleada en su corte era el tamil. No está de más recordar, en ese sentido, que la Convención de Kandy de 1815 está firmada en idioma tamil por todos los nobles de Kandy signatarios, excepto Keppetipola. El antepasado de Sirimavo Bandaranaike, Ratwatte Dissawa, también la firmó en dicha lengua. No parece haberles incomodado tal cuestión. Los vínculos feudales unían a la nobleza cingalesa y a la tamil contra el pueblo, integrado en su mayoría por campesinos.

Fueron los gobernantes británicos quienes se percataron de la posibilidad de hacer pasar las rivalidades feudales por animosidad nacional entre cingaleses y tamiles con el fin de mantener separados a la India y Ceilán, y divididos a los cingaleses y los tamiles de la isla. En este sentido, se puede decir que han tenido bastante éxito, en especial gracias al apoyo de los chovinistas locales de ambos lados.

Es necesario asimismo indicar que del mismo modo que había guerras continuas entre los reyes del sur de la India y los de Ceilán, también se producían permanentemente guerras internas entre pretendientes cingaleses al trono. Las regiones de Rajarata, Ruhunu y Malaya-dese tuvieron con frecuencia gobernantes independientes que, a su vez, trataban de convertirse en el soberano único de Ceilán. Parakrama Bahu I hubo de afrontar una costosa guerra civil que a punto estuvo de arruinar el país antes de que pudiera unificar la isla bajo su mandato.

Como consecuencia de esas continuas guerras, se estableció un reino tamil en el norte de la isla. Otro de sus efectos fue la fusión de las culturas del sur de la India y cingalesa. Al margen de las fases de lucha, también hubo otras de una notable coexistencia y cooperación entre indios meridionales y cingaleses. En la mayoría de los periodos históricos del Ceilán precolonial era posible encontrar en el reino cingalés a sacerdotes, artesanos, soldados mercenarios (en el periodo Polonnaruwa hubo un regimiento llamado Velaikkaras o “guardias tamiles” que actuaba como escolta del rey), comerciantes, etc. –además de las ya mencionadas invasiones de las alcobas reales–, procedentes del sur de la India. Sin su influencia nada de esto podría haber existido.

Capítulo diferente es el que hubo de afrontar Ceilán con las sucesivas invasiones de naciones europeas a partir de principios del siglo XVI. Se trataba de una civilización distinta y de unos pueblos cuyos hábitos, costumbres, idiomas y religión diferían considerablemente de los de los cingaleses. Su economía era, además, mucho más poderosa y contaban con la ventaja añadida de la posesión de pólvora que, aunque inventada en China, se empleaba ahora para subyugar a los pueblos de Oriente.

Las invasiones europeas introdujeron a Ceilán en el mundo de los barcos de vapor, de los ferrocarriles, el telégrafo, las telecomunicaciones, el automóvil y el avión. También nos trajeron conocimientos avanzados, especialmente las ciencias.

Pero también provocaron la destrucción de la economía feudal natural que existía por entonces en Ceilán, implantando una economía colonial basada en el dinero. Con las invasiones europeas se redoblaron la explotación de las clases populares y el saqueo de nuestros recursos naturales hasta un extremo inimaginable hasta entonces. Las clases altas de nuestro pueblo se convirtieron en serviles imitadores de una cultura extraña, ajena a su propio entorno y que les fue impuesta por los conquistadores. Con el tiempo, se iba a producir un movimiento para revertir esa tendencia. Pero eso es ya historia moderna.

No es propósito de este trabajo ofrecer una descripción detallada de la historia de Ceilán, sino tan sólo insistir en aquellos aspectos más importantes que han tenido un efecto duradero sobre el desarrollo posterior del país.

La historia de Ceilán se puede dividir en los siguientes periodos: (1) el periodo Anuradhapura, (2) el periodo Polonnaruwa, (3) el periodo posterior a Polonnaruwa hasta el reino de Kotte, (4) el periodo colonial y (5) el periodo neocolonial.

La historia temprana de Ceilán es en gran medida la de los diferentes reyes que intentaron unificar la isla bajo su reinado. Aunque no nos interesa la lista de dichos reyes, mencionaremos a algunos de los más destacados.

El primer rey que debe mencionarse es Pandukabhaya. En su reinado se construyó el primer embalse del sistema de irrigación, iniciándose, de esa manera, una política que no sólo iba a dar celebridad a Ceilán, sino también la base de su prosperidad durante bastante más de mil años. Los reyes que sucedieron a Pandukabhaya convirtieron Anuradhapura en su capital, ciudad que da nombre a este periodo histórico.

Durante el reinado de Devanampiya Tissa (250-210 a. C.) se produjo la introducción del budismo en Ceilán por iniciativa del emperador indio Asoka, quien, supuestamente, envió a la isla como misioneros a su hijo Mahinda y a su hija Sanghamitta. Según se afirma, Mahinda insistió en que un sacerdote cingalés debería ser la cabeza de la iglesia budista de Ceilán. De ese modo, se formó una iglesia nacional y los budistas de Ceilán, mucho tiempo más tarde, se libraron de tener que jurar fidelidad a una iglesia extranjera, la católica romana.

El que es considerado como rey más importante de este periodo, Duttugemunu, liberó Ceilán de la dominación tamil. Pero fue Mahasena (276-303 d. C.), a quien se llegó a conocer como “el Constructor de Embalses”, el rey que iba a influir en la futura prosperidad de todo el país durante décadas. Como ya hemos mencionado, durante su reinado tuvo lugar un gran salto adelante en la práctica científica de la ingeniería ligada a los sistemas de irrigación. De hecho, fue en su época cuando se realizaron los primeros embalses colosales. Se le atribuye la construcción de 16 y de un gran canal. Entre los embalses de su época cabe citar los de Minneriya, con una superficie de 4.670 acres, Kavudulu, Huruluwewa, Kanavava, Mahakanandaravava, cerca de Mihintale, Mahagalkadavala, etc. El proyecto Elahara-Minneriya-Kavudulu, que se culminó durante su reinado, se considera un hito trascendental en la historia de los sistemas de irrigación de Ceilán.

Dhatusena (459-477 d. C.) construyó el famoso embalse de Kalawewa. Su hijo Kasyappa (477-495 d. C.) adquirió fama al erigir la fortaleza de Sigiriya, donde hoy se puede contemplar uno de los, quizá, más bellos legados del pasado remoto de Ceilán: los frescos de Sigiriya. Kasyappa debió de ser un gran mecenas de las artes y, según parece, en su corte floreció la cultura de diferentes países.

El periodo Anuradhapura llegó a su fin alrededor del año 1000 d. C. con la conquista de Ceilán por el reino de Chola, la captura de Mahinda V y su muerte en cautiverio en 1029.

Siguió a continuación más de medio siglo de ocupación del reino de Chola. El rey que liberó Ceilán de dicha ocupación y lo unificó bajo su cetro fue Vijayabahu I (1055-1110). Fue él quien trasladó la capital a Polonnaruwa, probablemente por ofrecer mayor seguridad frente a las invasiones del sur de la India. De ahí recibe su nombre este periodo de la historia de la isla. El periodo Polonnaruwa representa probablemente el apogeo en el desarrollo de la antigua civilización cingalesa: Ceilán unificado bajo el más grande de los reyes cingaleses, Parakrama Bahu, llamado, precisamente, el Grande, y los ejércitos cingaleses campando a sus anchas por el sur de la India y Birmania.

Cabe señalar que Parakrama Bahu I construyó una flota para la invasión de Birmania, de donde se puede deducir la existencia de una industria de construcción naval en Ceilán en esa época.

Ya hemos indicado que el sistema de irrigación en Ceilán alcanzó su cénit durante el reinado de Parakrama Bahu I. No es necesario volver sobre estos hechos. No existen testimonios de nuevas obras importantes de irrigación tras su fallecimiento. Menos de diez años después de su muerte, acaecida en 1186, se había iniciado ya el ocaso del reino cingalés. Antes de finales del siglo siguiente, el complejo y colosal sistema de irrigación, universalmente considerado como la mayor creación del pueblo cingalés, yacía en ruinas.

La causa del hundimiento y destrucción de la antigua civilización cingalesa se debió al derrumbe de la compleja organización social y administrativa que había sido necesaria para la construcción y el mantenimiento del enorme sistema de irrigación, base de la productividad y prosperidad de estas regiones.

Los notables locales encargados de suministrar la mano de obra para mantener en funcionamiento el sistema de irrigación eran conocidos como “kulinas”, quienes contaban con el conocimiento especializado y la experiencia necesaria para dirigir las administraciones públicas, incluidas las tareas de conservación de las obras del mencionado sistema.

Las invasiones extranjeras y los desórdenes internos dieron al traste con dichas actividades y los “kulinas” huyeron a otras zonas, lo que provocó el hundimiento de todo el sistema.

De toda evidencia, las glorias del reinado de Parakrama Bahu I se alcanzaron a costa de la más terrible explotación del pueblo. Parece ser que incrementó los tributos e impuso, al servicio del Estado, el trabajo obligatorio y gratuito, redoblando además su dureza. Según parece, quienes no pagaban tales impuestos eran encarcelados. De hecho, en la crónica Culawansa se dice que sus sucesores, Vijayabahu II y Nissankamalla, liberaron “a muchas personas oprimidas por los castigos excesivos e ilegales infligidos por el rey Parakrama Bahu el Grande, impuestos en violación de las costumbres de los antiguos soberanos…”

El periodo Polonnaruwa concluyó, como el periodo Anuradhapura, con una guerra civil seguida de una nueva conquista extranjera de la isla. Esta vez se trató del príncipe Magha, procedente de Kalinga. En la actualidad, se tiende a pensar que Kalinga era una región de Malasia y no de la India. Esta invasión, y la consiguiente ocupación, parece haber sido una de las más crueles sufridas por Ceilán.

Cuando los príncipes de Dambadeniya liberaron la mayor parte de Ceilán, trasladaron la capital a Dambadeniya, de donde se movió más tarde a Gampola, luego a Rayigama y finalmente a Kotte, donde estaba emplazada cuando los portugueses entraron en escena en 1505. Durante este periodo nació el reino de Jaffna, gobernado por la dinastía de los Aryacakravarti, destruido en el reinado de Parakrama Bahu VI, pero de cuya existencia se vuelve a tener noticia en época portuguesa.

En este periodo tuvo también lugar el singular episodio de un rey cingalés de Kotte hecho prisionero por los chinos y llevado preso a China. Tal cosa fue lo que le sucedió a Vira Alakeswara, rey de Kotte, en el año 1411 cuando el tercer emperador Ming, Cheng Tsu (Yung Le) gobernaba aquel país. La hazaña se atribuye al eunuco Cheng Ho. El rey preso fue puesto en libertad en China y se designó a otro rey, presumiblemente Parakrama Bahu VI, para que gobernara Ceilán bajo soberanía china. Se dice que Parakrama Bahu VI, que reinó en la isla entre 1412 y 1467, visitó China en 1416 y en 1421. El último tributo de que se tiene noticia enviado a China data de 1459.

El reinado de Parakrama Bahu VI de Kotte parece que fue el último de cierto mérito antes de que la marea de la invasión europea se tragara Ceilán.

(1) Sirimavo Bandaranaike (1916-2000) fue primera ministra de Sri Lanka en los periodos 1960-1965, 1970-1977 y 1994-2000.